- A inicios de 2023, se creó en Ecuador el segundo corredor de conectividad para proteger la biodiversidad y contribuir a la resiliencia al cambio climático.
- En sus 92 148 hectáreas, ubicadas en medio de dos parques nacionales, habita una enorme biodiversidad.
Este paisaje empezó a configurarse hace millones de años. En la antigüedad, fue un espacio que albergó formaciones geológicas, viejas culturas e, incluso, un océano. Hoy es un paso natural de los Andes a la Amazonía, conformado por ríos, bosques y montañas que sirven de sitio de tránsito para cientos de especies silvestres que viajan del páramo a la selva. Este lugar se conoce como el Corredor Ecológico Llanganates-Sangay (CELS).
A inicios de 2023, se convirtió en el segundo corredor de conectividad creado en Ecuador para proteger la biodiversidad y contribuir a la resiliencia al cambio climático. También se estableció para ofrecer alternativas económicas que beneficien a la población humana que lo habita y a la naturaleza.
“Las áreas protegidas, si se mantienen aisladas, no son lo suficientemente efectivas para asegurar que las especies y los ecosistemas que están dentro de ellas puedan mantenerse a lo largo del tiempo; los corredores de conectividad aseguran esas conexiones”, dice Cecilia Dávila, geógrafa y coordinadora del proyecto Conectando Gente y Parques Nacionales de WWF Ecuador.
Su territorio está compuesto por una superficie de 92 148 hectáreas, situadas en medio del Parque Nacional Llanganates y el Parque Nacional Sangay. Sus límites se extienden por las provincias de Tungurahua, Pastaza y Morona Santiago.
Este es un recorrido fotográfico a través del corredor, un sitio que sigue impresionando a la comunidad científica que, año tras año, continúa descubriendo especies, desde flores e insectos, hasta anfibios, reptiles, aves y mamíferos.
Primera parada: el paisaje
El corredor está ubicado entre la cordillera de los andes y la cuenca amazónica. De acuerdo con WWF Ecuador, se trata de un punto estratégico de importancia biológica con una alta densidad de especies únicas y cuencas hidrográficas esenciales para la región.
Riachuelos y cascadas bajan de las zonas altas de ambos parques nacionales, abriendo valles y quebradas a su paso. “Una de las características que tiene, es que se extiende a lo largo del cañón del Pastaza; hay muchísima agua por todas partes, lo que lo convierte en un lugar con potencial hídrico muy fuerte”, dice Dávila.
Además, alrededor del 80 % del territorio del corredor y sus bosques están en buen estado de conservación. “Tiene muchos sitios prístinos. Son paisajes realmente alucinantes; para mí, de los más bonitos que hay en el país”, agrega la especialista.
Segunda parada: la biodiversidad
Al ser un paso natural entre el páramo y la selva, el CELS representa un espacio único para la flora y fauna silvestres: aves, mamíferos, anfibios, reptiles, invertebrados, peces y orquídeas encuentran un lugar con todo lo necesario para vivir.
“Las condiciones biogeográficas que tiene el corredor son claves para que, en este sitio, haya ocurrido una explosión de biodiversidad”, agrega Cecilia Dávila. Según WWF Ecuador, sólo durante el 2022 se describieron más de 50 especies de orquídeas y tres especies de ranas nuevas para la ciencia, con una lista de al menos 30 especies adicionales en proceso de descripción.
“Esto hace que sea uno de los lugares más biodiversos en el mundo para la herpetofauna. Sobre todo, porque es un espacio muy pequeño, con sólo 60 kilómetros lineales; tienes una configuración paisajística con muchos valles y quebradas que permiten que haya altos niveles de endemismo, por lo que existen especies únicas del corredor”, explica Dávila.
El corredor suma, además, 651 especies de aves, 180 de anfibios y 105 de reptiles. Aunque no hay un conteo de mamíferos, el sitio cuenta con la presencia de especies emblemáticas como el oso de anteojos (Tremarctos ornatus), el puma (Puma concolor) y el jaguar (Panthera onca), además del tapir andino (Tapirus pinchaque), especie en Peligro crítico de extinción y que, habitualmente, encuentra condiciones de vida deterioradas en otras zonas del país, donde los parches de páramos y bosques montanos son cada vez más pequeños y aislados.
“También encontramos al oso andino, el puma, el jaguar y monos que están en las zonas de transición. En un ejercicio de monitoreo de biodiversidad que hicimos, encontramos alrededor de 30 especies de mamíferos en las cámaras de fototrampeo”, detalla la experta.
En cuanto a orquídeas, se cuenta con más de 20 años de investigación en el corredor. Para ellas, se tiene un registro de 600 especies. También hay 247 familias de plantas vasculares y 290 especies de hongos que se distribuyen en toda la gradiente altitudinal.
“En términos botánicos, no ha habido muchísima investigación y, aunque hay quienes lo están realizando, todavía no se ha podido cubrir todo el rango del corredor. Es súper interesante, porque es un espacio en el que todavía hay muchísimo por descubrir; cada vez que los investigadores entran al bosque, encuentran nuevas especies”, asegura Dávila.
Tercera parada: las comunidades y la vida sostenible
La carretera Baños-Puyo se construyó en medio del corredor entre los años 1930 y 1940. Con esto se aceleró el proceso de fragmentación del paisaje, mientras que cientos de familias ecuatorianas llegaron a este territorio para habitarlo.
“Así, los asentamientos humanos comenzaron a crecer y fueron modificando las dinámicas naturales del corredor a través de la agricultura y las nuevas necesidades de las ciudades y sus habitantes. Poco a poco, los extensos espacios naturales se fueron haciendo más pequeños y la conectividad del corredor fue tropezando con nuevas barreras: poblados, hidroeléctricas, parcelas productivas, túneles y vías”, dice WWF Ecuador en uno de sus reportes sobre el corredor.
Sin embargo, con la creación del corredor de conectividad se iniciaron acciones para revertir ese proceso. En colaboración con las comunidades que habitan el CELS, se busca lograr la coexistencia entre las personas y la naturaleza, a través de la transición hacia medios de vida sostenibles que contribuyan al bienestar de los pobladores, pero que también respeten, regeneren y cuiden los ecosistemas. Un ejemplo, es la transición a la agroecología y al turismo basado en la naturaleza.
“Hemos iniciado un proceso de transición hacia la agroecología, porque sabemos que hay mucha gente que depende de la agricultura para sostener sus medios de vida. Eso se debe mantener pero, ¿qué tal si estas prácticas, en vez de generar un impacto negativo, generan uno positivo? ¿Qué pasa si restauramos suelos, si mantenemos los microorganismos? Ya no necesitaremos cortar más áreas de bosque y estaríamos aportando a que este espacio se pueda mantener a largo plazo. Mientras se asegura la sobrevivencia de las economías locales y familiares, se protege, al mismo tiempo, el ambiente en el que viven”, sostiene Dávila.
Además, en el corredor también viven personas dedicadas a la investigación de la biodiversidad, a conservar bosques, fauna y flora silvestres. Para Dávila todos los habitantes, en su conjunto, pueden hacer grandes aportes y recomendaciones a las autoridades ambientales, para asegurar que las especies y los remanentes de bosques se mantengan en el tiempo.
Aunque estos cambios toman tiempo, concluye la organización, es urgente reconocer que son posibles. Con el proceso, se busca promover aprendizajes que muestren alternativas viables y sostenibles para desarrollar la vida de las comunidades “con dignidad en ambientes sanos, conservados y diversos”.
*Imagen principal: La cumbre de Cerro Candelaria. Foto: Andrés Barrera / WWF Ecuador
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