- A grandes rasgos, muchas personas informadas entienden que el cambio climático está reduciendo la biodiversidad tropical y, por lo tanto, degradando la funcionalidad y los ecoservicios de los bosques tropicales. Sin embargo, ¿cuáles son los mecanismos específicos que merman estos bosques a largo plazo?
- En las laderas de la Amazonía peruana, se ha intentado realizar exactamente ese tipo de evaluación mediante un proyecto en curso de 20 años de investigación que observa con meticulosidad un estrecho transecto de selva tropical que se extiende desde las tierras bajas amazónicas, cerca del nivel del mar, hasta las tierras altas andinas por encima de los 3352 metros.
- El equipo internacional que lleva a cabo este trabajo, el Grupo de Investigación sobre Biodiversidad y Ecosistemas de los Andes, está observando con minuciosidad los cambios en más de mil especies de árboles, aves, ranas, serpientes y otros animales para determinar no sólo cuánto les afecta el cambio climático, sino también para dilucidar cómo funciona el proceso de cambio.
- Este tipo de investigación es fundamental para conservar la diversidad de la selva tropical, la capacidad de almacenamiento de carbono que ofrece y su ayuda en el mantenimiento de los patrones de precipitación regionales y mundiales de larga duración, vitales para la agricultura y otras necesidades de agua. Justin Catanoso, colaborador de Mongabay, viajó a Perú para observar el trabajo de ABERG.
El sendero a través de la selva baja estaba oscuro y fangoso. Media docena de linternas frontales iluminaban el entorno. Un arroyo ocasional dividía el camino. Excelentes condiciones para avistar ranas. Alessandro Catenazzi, biólogo conservacionista de la Universidad Internacional de Florida y destacado herpetólogo, acompañó a sus estudiantes de posgrado a la excursión nocturna. Entre la hojarasca y la maleza, Catenazzi divisó diminutos anfibios. Aparte de una preciosa rana punta de flecha —venenosa—, la mayoría eran especies aún sin un nombre científico.
“Esta es una rana geográfica”, dijo Catenazzi, mientras la colocaba con suavidad en la palma de la mano; ahí ocupaba el ancho de dos dedos. “La piel moteada se parece a un mapa”, agregó. La rana se tensó y saltó a la oscuridad. Una metáfora adecuada para los descubrimientos del científico.
Ese día, más temprano, Catenazzi había dado una sombría presentación sobre el aumento de la mortalidad de las ranas; lo hizo ante unos 40 científicos de la Estación Biológica Manu, donde lleva décadas investigando y observando los cambios en el sur de la Amazonía peruana. El grupo que se reunió en este remoto paraje selvático procedía de Europa, Canadá, Estados Unidos, Reino Unido y Latinoamérica para asistir a la reunión del vigésimo aniversario del Grupo de Investigación sobre Biodiversidad y Ecosistemas de los Andes (ABERG).
ABERG, fundada en 2003, se ha distinguido como una coalición singular de científicos tropicales que operan y se enfocan en una única área común, aunque con objetivos que se solapan. Esa área abarca un único transecto en la ladera oriental de la cordillera de los Andes, que se extiende en un gradiente de altitud que asciende abruptamente desde las tierras bajas del Amazonas, cerca del nivel del mar, hasta las tierras altas de los Andes, por encima de los 3 352 metros.
El transecto, descrito por algunos como el acelerador de partículas de la ecología tropical, es un laboratorio de campo en medio de la selva tropical. Ahí se realiza una amplia gama de estudios que evalúan las crecientes amenazas del cambio climático.
Para avanzar en ese trabajo, el transecto está dividido en más de veinte parcelas densamente forestadas de una hectárea cada una, que albergan una de las mayores diversidades del mundo de árboles, otras plantas, aves, mamíferos, anfibios e insectos. Las parcelas están escalonadas en elevaciones que reflejan un cambio de temperatura de más o menos 1 °C para ayudar a los investigadores a observar los efectos del cambio climático en una amplia gama de especies y suelos.
Dos décadas de intensa dedicación a estas parcelas han proporcionado a los científicos de ABERG un conocimiento creciente, aunque todavía incompleto, de cómo las especies tropicales que prosperan dentro de rangos térmicos muy estrechos se están adaptando, aclimatando —o muriendo— en respuesta al calentamiento.
Es justo decir que estos estudios, que proporcionan dos décadas de datos de monitoreo de la salud de este gradiente de altitud en Perú, pueden servir como un ejemplo clave de micronivel de la salud de los bosques tropicales mundiales y la capacidad de estos para sobrevivir y seguir mitigando la crisis climática.
“Un colapso en tiempo real”
Catenazzi, el experto en ranas, no fue el único en presentar conclusiones nefastas, pero sus resultados fueron quizás los más desoladores.
“Lo que tenemos con los anfibios es una emergencia que es un ejemplo de muchos que han afectado a especies de todo el mundo”, comentó durante el trayecto en el sendero. “Con los anfibios, sin embargo, es algo sin precedentes en la historia ecológica y de la conservación”.
En sus investigaciones de los últimos años, Catenazzi observó ranas infectadas por un hongo rapaz, la quitridiomicosis, que devora la piel y las mata. Ese hongo, que no muestra signos de remitir, tiene más predominancia en las zonas más elevadas del bosque nuboso del transecto de ABERG.
“Las ranas de zonas más bajas, como aquí [cerca del nivel del mar], son más abundantes; parece que al hongo no le gustan las temperaturas más cálidas”, explicó. Pero, “las poblaciones de los bosques nubosos [por encima de los 1500 metros] están posiblemente extinguidas. Estamos asistiendo a un colapso en tiempo real y está ocurriendo rápido”.
Catenazzi describió la supuesta relación de la mortandad con el cambio climático. El calentamiento, dijo, no trajo el hongo a los trópicos, pero parece estar impulsando la propagación: “La mayor elevación en la que se ha encontrado este patógeno es aquí, en Perú”, y como los glaciares andinos han retrocedido en los últimos 30 años, las ranas se han desplazado ladera arriba, para su detrimento.
“Las ranas ocuparon esos nuevos estanques de gran altitud y llevaron el hongo con ellas”. Allí, el hongo más virulento se extiende y mata más ranas.
Este ejemplo demuestra lo desafiante que es desenmarañar las complicadas relaciones entre el aumento del calor, las migraciones de especies y la extinción.
Todos los ecosistemas están formados por un rico tapiz de especies entrelazadas que dependen unas de otras en ese ecosistema para prosperar, pero la pérdida de ranas fluye como una onda disruptiva a través de la selva tropical: las ranas no son polinizadoras como las aves ni enriquecen el suelo como las hormigas y las termitas. En cambio, viven en medio de la cadena alimentaria, un importante alimento rico en proteínas para una serie de depredadores clave como aves y serpientes… hasta que las ranas desaparecen.
Cambios rápidos, árboles lentos
Los estudios de ABERG sobre la migración de los árboles han dado lugar a algunos de sus descubrimientos más novedosos. A medida que el bosque tropical se calienta, las especies arbóreas se desplazan ladera arriba, sembrándose y reproduciéndose para seguir viviendo precisamente dentro de sus zonas térmicas ideales, de evolución prolongada.
Un trío de ecólogos tropicales —Miles Silman y William Farfan-Ríos, de la Universidad Wake Forest de Carolina del Norte, y Ken Feeley, de la Universidad de Miami de Florida— han detallado en la investigación la espectacular diversidad de árboles encontrada en la Amazonía, de una elevación a otra, y han obtenido nuevos conocimientos sobre los desafíos a los que se enfrentan las especies arbóreas cuando se ven obligadas a desplazarse a mayor altitud para combatir el calor.
Para entender la mecánica de la migración, los investigadores identificaron con minuciosidad 1 255 especies arbóreas a lo largo del transecto a partir de 2003, con cada árbol del ancho de una botella de vino o más ancho numerado y envuelto con una banda de expansión. De esas especies, 450 siguen sin ser identificadas por la ciencia, lo que destaca lo mucho que aún se desconoce de la vasta biodiversidad de la Amazonía.
El asombroso número de especies arbóreas no fue el único desafío que complicó el trabajo de los investigadores; también lo hizo la distribución de especies por altitud. A lo largo del gradiente de altitud, encontraron apenas un 10 % de solapamiento entre las especies arbóreas de la parcela 1 del transecto, a 3 415 metros, y la parcela 4, a 2 750 metros, pero lo que es aún más notable, no había ni una sola especie arbórea en común entre la parcela 1, a 3415 metros, y la parcela 8, a 1835 metros, una distancia que se puede recorrer a pie en unas pocas horas.
Así pues, el bosque que puede parecer uniforme para el ojo no iniciado es profundamente complejo y, como resultado, sufre graves tensiones cuando sus numerosas especies se ven obligadas a jugar un complicado juego de la silla inducido por el calor.
Las investigaciones de ABERG muestran que absolutamente todas las especies arbóreas del transecto están sufriendo estrés inducido por el clima y que todas están migrando ladera arriba como respuesta al calentamiento —algo que hicieron los árboles tras la última era de hielo, hace unos 10 000 años—. Sin embargo, en ese entonces, el cambio climático natural era mucho más lento y los árboles tuvieron miles de años para aclimatarse, desplazando su área de distribución cientos de kilómetros si era necesario.
En su presentación, Farfan-Ríos dejó claro que los árboles amazónicos no se han movido con la suficiente rapidez en las últimas décadas, ya que el calentamiento se aceleró de forma rápida, lo que, con probabilidad, ha condenado a millones de ellos. El aumento de la mortandad de árboles en las próximas décadas reducirá de manera inevitable los servicios ecosistémicos que los árboles proporcionan al bioma amazónico y al planeta.
La selva amazónica comúnmente, y de forma demasiado simplista, ha sido apodada “los pulmones de la Tierra” por su capacidad de “inhalar” y almacenar el dióxido de carbono que atrapa el calor y “exhalar” oxígeno y humedad para producir precipitaciones locales, regionales y mundiales. Debido a la pérdida de árboles y de ese intercambio, se está perdiendo el vital almacenamiento de carbono y las vivificantes lluvias anuales del Amazonas están siendo reemplazadas por sequías.
En los estudios de ABERG sobre la migración de los árboles, se ha revelado otro hallazgo inquietante. A lo largo de los años, la línea arbórea andina en el transecto se ha mantenido inexplicablemente fija y no se ha movido más arriba en las montañas, aun cuando las temperaturas siguen aumentando.
“Sabemos que los árboles se mueven”, me dice Feeley. “En los últimos 20 años, deberíamos ver que la línea de árboles también se mueve [más arriba]. Eso no está ocurriendo”. Esto significa que el área de migración disponible se está reduciendo y que los árboles chocan con fuerza contra una barrera más allá de la cual no pueden ir. “Esto agrava aún más el gran problema”, agrega.
Serpientes persiguiendo aves
Perú es el segundo país del mundo en biodiversidad de aves, sólo detrás de Colombia. Jill Jankowski, zoóloga y experta en aves de la Universidad de Columbia Británica, lleva años siguiendo a las poblaciones de aves que revolotean por el transecto de ABERG. No dudó cuando se le preguntó si el aumento de las temperaturas está afectando a las especies aviares.
“Por supuesto”, dice durante una pausa en las presentaciones. “El cambio climático está creando un gran desafío, debido a la incertidumbre a la que se enfrentan todas las especies en nuevos medioambientes. No se trata sólo de cómo cambia el entorno térmico; es todo lo demás: su base [alimentaria cambiante], los suelos, sus hábitats, si se encontrarán con depredadores desconocidos”.
Jankowski dijo que carece de datos para sacar conclusiones definitivas, pero que ha observado lo suficiente para afirmar: “Las cosas van más despacio de lo que deberían para las aves, y la temperatura no es el único factor”.
Puso como ejemplo la tangara de garganta amarilla, una de las principales especies de los bosques nubosos. Anida, en general, por encima de los 1200 metros. Su área de distribución no se está ampliando, pero sus depredadores más peligrosos se están desplazando desde las tierras bajas para encontrarlas.
“De repente, todas estas tangaras que anidan se van a encontrar cada vez con más serpientes”, dijo. Al no haber vivido antes entre estos reptiles, las aves “no tienen un historial natural de defensa”, pero son miembros sociales clave [que animan] a otras especies a congregarse en ese tipo de bosque. Si se elimina a la tangara, todas estas otras interacciones sociales se disolverán, lo que hará a otras especies más vulnerables.
Para entender cómo estas complejas interacciones degradan un ecosistema, es útil hacer una especie de análisis de redes, explicó. Los científicos pueden medir los vínculos entre especies. ¿Cuántos tipos diferentes de semillas de plantas, por ejemplo, dispersa un ave frugívora? Estos datos ayudan a describir cada hilo de una red viva. El número de hilos y sus interacciones en la red determinan la fortaleza de esta, pero el cambio climático está degradando esos hilos.
“Si arrancas las distintas conexiones, debilitas la red”, comentó Jankowski. “Eso es a lo que nos enfrentamos. ¿Cuánto de esa red necesita todavía estar intacta antes de que se produzcan fallos importantes en el ecosistema? Es mucho lo que nos queda por responder”.
“Un mensaje importante”
Si todo esto suena sombrío y alejado de ti y de tu vida —mientras decenas de ecologistas tropicales se reúnen en el Amazonas, cerca del Parque Nacional Manu, en Perú, para descifrar colectivamente cómo un ecosistema lejano está fallando en su carrera contra el cambio climático—, tendrías razón.
Y estarías equivocado.
A lo largo de cuatro días de presentaciones en PowerPoint a cargo de científicos internacionales —muchos de ellos peruanos veinteañeros junto con sus mentores de entre 40 y 50 años— la desolación estuvo implícita, pero mucho más explícito era el entusiasmo palpable por el extenuante trabajo de campo, la emoción de compartir resultados, aprender de los colegas, trazar sus próximos experimentos.
“Este trabajo mío es aterrador, pero también emocionante”, dijo Kim Lea Holzmann, doctora en Biología, de 25 años, de la Universidad de Würzberg (Alemania). Ella y su equipo estarán tres meses en el transecto. “Como la mayoría de la gente de aquí, queremos colaborar en este gran problema. En lo personal, necesito algo de importancia en mi vida. Me siento rodeada de tanta gente apasionada que está tratando de hacer lo mismo”.
El español Julio Araújo Flores es el experto en peces de una organización no gubernamental en Puerto Maldonado, una zona de la Amazonía peruana afectada por la minería de oro, cerca de la frontera con Brasil. Habló en la reunión sobre la relación entre la calidad del agua y la salud de las pesquerías tropicales y los hábitats de agua dulce.
“A veces pienso que tengo la misión de explicar a todo el mundo lo que pasa aquí con los peces”, dijo Araújo. “Tenemos que proteger las cosas que tenemos. Es un gran mensaje. Un importante mensaje. El mundo tiene que entender qué tenemos que proteger y por qué tenemos que protegerlo”.
Hace 20 años, Patrick Meir, científico especializado en ecosistemas y experto en suelos de la Universidad de Edimburgo (Reino Unido), ayudó a fundar ABERG. El suyo fue uno de los primeros experimentos en el transecto. Veinte años después, sus alumnos de Perú, Estados Unidos y Gran Bretaña son profesores con laboratorios propios y proyectos de investigación en el transecto.
“La combinación del tamaño y la majestuosidad del sistema aquí, junto con las personalidades que pueden hacer frente a los elementos inesperados de la selva tropical y los desafíos físicos de trabajar aquí, requiere un tipo especial de persona”, dijo Meir cuando concluyó la reunión. “Esta sala está llena de ellos y mientras a la mayoría de los investigadores les mueve el deseo de salvar el mundo, también les interesa fundamentalmente los entresijos de lo que ocurre. Sin duda necesitamos ambas cosas”.
* Imagen principal: La Amazonía peruana tiene una mayor diversidad de aves que cualquier otro lugar del planeta, con el 44 % de todas las especies conocidas. Este brillante barranquero andino (Momotus aequatorialis) fue avistado justo al lado del transecto situado a unos 1524 metros de altitud. Foto: Justin Catanoso.
Justin Catanoso es colaborador habitual de Mongabay. También es colega del ecólogo tropical y cofundador de ABERG, Miles Silman, de la Universidad Wake Forest de Carolina del Norte.
Artículo original: https://news-mongabay-com.mongabay.com/2023/07/what-we-need-to-protect-and-why-20-year-amazon-research-hints-at-fate-of-tropics/
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