- Más de 16 000 hectáreas de cicatrices dejaron los incendios forestales en las comunidades nativas de la cuenca del río Ene entre 2020 y 2023, según un análisis de la organización indígena Central Asháninka del Río Ene (CARE).
- Las labores agrícolas sin prevención, los efectos de la crisis climática, la migración no indígena y la deforestación indiscriminada contribuyeron a que el fuego se desborde. Todos continúan siendo factores de riesgo.
- Las comunidades asháninkas integrantes de la CARE están siendo capacitadas para vigilar y reportar la ocurrencia de incendios en sus territorios. El objetivo es conformar luego una primera compañía de bomberos indígenas.
La última vez que el fuego se expandió por Pamaquiari fue la alarma más fuerte desde los días de emergencia que había dejado la pandemia del coronavirus en aquel poblado asháninka de la selva central peruana. Era agosto y, como parte de su faena habitual, los vecinos estimaron la roza y quema de solo una cuadra de vegetación en una zona cercana al río Ene. La intención era utilizar el terreno quemado, mediante la ancestral técnica indígena, para extender sembríos de yuca y cacao. El arrastre del viento, sin embargo, tornó incontrolables las llamas y cientos de hectáreas de bosque y purma fueron consumidas. El subjefe de Pamaquiari, Cristian Rojas, dice que solo largas horas de lluvia sofocaron el incendio casi un mes después de que se iniciara. Pamaquiari no ha vuelto a vivir un nuevo fuego voraz y es porque las lluvias intensas continúan.
La roza y quema es una práctica milenaria en los pueblos indígenas y campesinos cuya subsistencia depende de la agricultura. Los comuneros talan un área predeterminada de sus bosques y luego queman los troncos para sembrar sobre el espacio despejado. Es parte del engranaje de su sistema económico. Como sucede en diversos territorios indígenas del Perú, la relación del fuego con las comunidades —como en el caso de las asháninkas— está adherida a su cultura: ha atravesado el tiempo mediante mitos y prácticas cotidianas como la que aplican a los cultivos. Pero lo desordenado e impredecible de las actuales temporadas de sol y lluvias, producto de la crisis climática, ha convertido al fuego en una amenaza.
“Este año nos ha acompañado un fuertísimo calor, aun en temporada de invierno no hemos tenido días nublados”, detalla Rojas a Mongabay Latam. Como en Pamaquiari, otras comunidades y anexos asháninkas del Ene registraron violentos incendios forestales durante 2022 y hasta septiembre de 2023, según las últimas evaluaciones de la Central Asháninka del Río Ene (CARE), organización que representa y atiende las demandas de 19 comunidades nativas y 25 anexos pertenecientes a la provincia amazónica de Satipo, en la región Junín.
Desde agosto, la organización indígena monitorea la ocurrencia constante de incendios en los poblados que reúne. Este año, en que casi 5000 hectáreas de vegetación han sido arrasadas por el fuego en las comunidades situadas en la cuenca del Ene, uno de los eventos más largos y persistentes fue precisamente el que tuvo lugar en el anexo Pamaquiari. Empezó a mediados de agosto y se prolongó hasta el 17 de septiembre: 1131 hectáreas quedaron afectadas. Pero ¿cómo se realiza el seguimiento de los incendios y el trabajo en campo?
Entre agosto y septiembre, un incendio consumió cientos de hectáreas de bosque, sembríos y purma en la comunidad Pamaquiari. Video: comuneros.
Mapear los riesgos
El ingeniero a cargo de los monitoreos de la Central Asháninka del Río Ene, Erick Mozombite, explica a Mongabay Latam que las alertas reportadas en la plataforma Geoserfor del Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor) configuran un primer paso.
“Luego de que recibimos una alerta, la confirmamos a través de imágenes satelitales. Si vemos que el incendio tiene varios días y sigue, hacemos un reporte de vigilancia y lo enviamos a las autoridades competentes”, detalla.
Debido a la intensidad del incendio en Pamaquiari, Mozombite acudió junto con representantes municipales a realizar una evaluación de riesgo y constatación de daños. Las llamas ardían a unos tres kilómetros del centro del pueblo y ya habían destruido seis hectáreas de cacao y la tubería por donde la comunidad se abastecía de agua. En algunos sectores, los vecinos habían tratado de detener el fuego echando tierra con palas, pero nada fue suficiente. Las lluvias aparecieron cuando todos habían perdido la esperanza. Pamaquiari, ubicada en un sector de bosque seco, tiene un nuevo conducto para el suministro de agua recién desde noviembre.
Los monitoreos de la Central Asháninka del Río Ene indican que los incendios forestales se originan básicamente en el intento de los comuneros indígenas por preparar sus terrenos para cultivar, y que desde ahí las llamas avanzan hasta llegar a los bosques de colina baja y purmas. Pero además del factor antrópico, el cambio climático, evidenciado en los picos de calor o desequilibrios de los periodos de invierno y verano, que atraviesan algunas comunidades nativas del Ene, ha agravado el problema. El ingeniero Mozombite precisa que estos meses han sido los más calurosos de los últimos años en los pueblos asháninkas del Ene, lo cual generó que haya mayores áreas de bosque seco.
“Con dos factores que cruzan es difícil que no haya más incendios (…) En la medida que a sembríos como el cacao les vaya bien, cosa que nos alegra, la gente de las comunidades querrá abrir más chacras [dentro de su territorio], pero eso aumenta el peligro de que el fuego se expanda”, apunta Antonio Sancho, miembro del equipo técnico de la Central Asháninka del Río Ene. Para él, un tercer factor determinante en la gravedad que han adquirido los incendios forestales es el demográfico, o sea, la fuerte migración de población proveniente de los Andes hacia la parte central de la cuenca del río Ene. De acuerdo con las inspecciones que la CARE ha realizado, las áreas ocupadas por migrantes andinos en territorios asháninkas, pese a tener menos población, registran mayor deforestación respecto de los sectores habitados por los comuneros indígenas.
El fenómeno de migración que presiona a los pueblos originarios y la deforestación de sus bosques como consecuencia no son aspectos menores en cuanto al riesgo que implican los incendios. En una entrevista con Mongabay Latam, Alix Silva, gerente de programas de Cool Earth, ONG que trabaja en la protección de la selva tropical y con comunidades indígenas del río Ene, sostuvo que, a diferencia de los bosques primarios o con árboles antiguos, las llamas suelen avanzar fácilmente en los espacios ya deforestados y que albergan monocultivos. En esa línea, remarcó que los incendios forestales así como los usos tradicionales del fuego siempre han existido en las poblaciones indígenas, “pero nada de esto se había salido de control como en los últimos años”. La diferencia, a su juicio, la han marcado el cambio climático, la crisis de migración y la deforestación indiscriminada.
Territorios afectados
El análisis de incendios forestales puesto en marcha por la CARE está enfocado en dos ámbitos. El directo, que incluye a las comunidades y anexos junto con sus bosques. Y el indirecto, que abarca otras categorías territoriales próximas a los pueblos indígenas, como la Reserva Comunal Asháninka (área protegida de gran biodiversidad) y los predios rurales y sembríos de colonos, personas no indígenas que, en varios casos, han invadido las tierras asháninkas.
“Cada vez hay más incendios forestales y cicatrices en extensión. Desde el 2020, que es nuestra línea de base, se incrementan en las comunidades nativas. También lo estamos identificando en el ámbito indirecto: en el Ene hay un área grande de colonos. Por eso nos interesa prevenir, controlar y combatir estas emergencias”, declara Sancho.
Así, las evaluaciones arrojaron que en los cuatro últimos años los incendios forestales dejaron 16 010 hectáreas afectadas dentro de las comunidades asháninkas del río Ene. En 2022 fueron reportadas 64 alertas de incendios forestales, mientras que en 2023 las alertas aumentaron a 79. No obstante, el año pasado, según los consolidados de la organización indígena, la superficie dañada fue de 7024 hectáreas, y este 2023 las huellas de incendios se van extendiendo a lo largo de 4917 hectáreas. La llegada de las lluvias, desde octubre pasado, ha sido determinante para que el fuego cese por lo menos hasta ahora.
“Si siguen las lluvias, las cicatrices dejadas por los incendios este año no superarán a las del 2022, en que no llovió casi hasta Navidad”, señala Antonio Sancho.
Una particularidad relevante en el estudio que realiza la organización asháninka es que septiembre ha sido el mes con mayor incidencia de incendios forestales entre 2020 y 2023. De las 16 010 hectáreas quemadas en estos cuatro últimos años, el territorio dañado por las llamas durante cada septiembre sumó 7300 hectáreas. En 2023, en particular, de las 4917 hectáreas de superficie calcinada hasta hoy en suelo asháninka, 4770 fueron arrasadas en septiembre. Cincuenta de las 79 alertas de incendios de 2023 se reportaron en ese mes. Algunas de las comunidades nativas de la cuenca del río Ene afectadas por el fuego este año son Quiteni, Samaniato, Centro Caparocia, Potsoteni, y el anexo Pamaquiari. Todos registraron incendios en el curso de septiembre.
Durante un congreso en que la Central Asháninka del Río Ene expuso la afectación de sus comunidades por los incendios forestales desde 2020, la asesora legal de la organización indígena, Irupé Cañari, hizo hincapié en la alarmante falta de trabajos de prevención por parte del Gobierno. A su juicio, las políticas del Estado solo están orientadas a una “satanización del fuego” a través de sanciones y multas para las quemas. En su intervención en el congreso asháninka, Cañari subrayó: “Solo basta con leer la Ley Forestal y su reglamento. Se está mostrando una situación contraria a la propia estructura de los pueblos indígenas, a su costumbre y sistema económico basado en la agricultura. Hay un divorcio total de la mirada del Estado con los pueblos indígenas”.
Brigadas de auxilio
Frente a tan complejo escenario, la Central Asháninka del Río Ene ha emprendido la estrategia denominada “Paamari: Fuego Comunal Asháninka”, que incluye los programas de Prevención, Control, Monitoreo, e Incidencia ante el Estado. Desde agosto, con la ayuda de los expertos de la ONG Cool Earth, se están ejecutando algunos componentes fundamentales de cada programa. Por ejemplo, el seguimiento y los análisis de los incendios forestales descritos son parte de los programas de Prevención y Monitoreo. Otro elemento importante del proyecto es la conformación y capacitación de Comités de Vigilancia Forestal dentro de las comunidades que integran la organización indígena.
El proyecto Paamari apunta a que cada una de las 19 comunidades nativas representadas por la CARE tenga un comité de vigilancia. La función de estos grupos será principalmente alertar de los incendios forestales que ocurran en sus territorios. Erick Mozombite relata que estarán integrados por siete comuneros miembros además del Comité de Autodefensa de cada comunidad. Hasta el momento han sido conformados 18 de los 19 previstos.
La finalidad es que luego de que los comuneros avisen de eventuales incendios sea posible identificar con mayor facilidad dónde están sucediendo. Una de las metas contempladas en esta iniciativa es que el 70% de los incendios que ocurran en el Ene sean reportados. Y que la información llegue, más allá de la sala de monitoreo de la CARE, al Sistema Nacional de Gestión de Riesgos de Desastres (Sinagerd) y al Sistema Nacional de Gestión Forestal y de Fauna Silvestre (Sinafor) para la final toma de decisiones por parte del Estado.
El ingeniero anota que la mayoría de comunidades nativas donde ya están conformados los comités de vigilancia forestal tienen señal telefónica y podrán comunicar acerca de cualquier incendio. Hay otras, añade, que cuentan con internet satelital y con el Sistema de Posicionamiento Global (GPS, por sus siglas en inglés) para cuyo manejo ya han sido instruidas. “Las comunidades donde no hay alcance de señal tienen anexos donde sí llega la cobertura, o podrían coordinar con sectores cercanos para que las ayuden en la confirmación de los incendios”, resalta.
Prevención en una mano
En cuanto al programa de Prevención, además, las comunidades asháninkas del río Ene están siendo capacitadas a través de una metodología rotulada como “Mano Paamari”: cinco pautas representadas en cada dedo de una mano que los comuneros deben tener en consideración antes de realizar una quema para abrir chacras.
Uno de los poblados donde la CARE ya impartió estas lecciones es Yaviro. Allí, el apu Heber Seferino cuenta que la primera directriz es quemar en la tarde, cuando el calor haya bajado de los picos que alcanza al mediodía y todo está seco. La segunda advierte el riesgo de que la quema se realice en horarios de mucho viento. Por eso, la recomendación ahí, comenta Seferino, es hacerlo cuando las corrientes de aire hayan pasado y ya no puedan extender el fuego. Otras dos sugerencias son el trabajo organizado en equipo, a fin de que puedan apoyarse entre vecinos si las llamas se propagan más de lo debido, y la limpieza del perímetro de la zona a quemar para que no exista nada que permita a las llamas seguir avanzando. La última indicación es el uso de agua en lugar de químicos dentro de los tanques de las mochilas de fumigación. El objetivo aquí es que los comuneros puedan intervenir rápidamente si la quema ha excedido los límites fijados.
“Yo creo que esto va más hacia la sensibilización. Una quema descontrolada perjudica el territorio porque lo degrada, pero también a la economía comunal pues afecta los yucales o el cacao”, puntualiza Antonio Sancho. El también coordinador de la estrategia Paamari sostiene que un segundo nivel de escalamiento, a partir de la constitución de los Comités de Vigilancia Forestales, es la creación de la primera compañía de bomberos indígenas del Perú. Un propósito que entraña una suerte de profesionalización de comuneros residentes en un solo sector, quienes estarán al servicio de los otros poblados asháninkas del Ene.
Si bien todavía hace falta un marco legal y financiamiento para la implementación de los “bomberos forestales” o “combatientes indígenas del fuego”, explica el coordinador, es necesario contar con esta compañía para toda la cuenca del río Ene. “Estamos pensando que la comunidad que tenga la brigada de bomberos forestales sea Potsoteni, ubicada en un punto medio de toda la parte baja de la cuenca, donde hay un bosque muy seco y es más probable que ocurra un incendio forestal”, añade el ingeniero Mozombite, a cargo de las labores de monitoreo.
Estrategia sin respaldo
El presidente de la Central Asháninka del Río Ene, Ángel Pedro Valerio, refirió, en el congreso donde fue presentada la estrategia Paamari, que el Estado no ha tenido interés en trabajar de manera conjunta el proyecto. En ese sentido, resaltó la importancia de ejecutar, en cooperación con las 19 comunidades y 25 anexos, los programas incluidos en el proyecto y organizar la primera compañía de bomberos indígenas para la protección de las 242 mil hectáreas de bosques que bordean el río Ene.
Uno de los pueblos asháninkas cuya vulnerabilidad profundiza el cambio climático es Parijaro. Los incendios forestales durante las olas de calor merman los recursos de la comunidad y, debido a su lejanía, es mucho más complicado que los servicios del Estado lleguen. Además, de acuerdo con la organización internacional, que trabaja activamente en la zona, los periodos de lluvias y friaje allá cada vez son más extensos, pero no siempre hay personal de salud en la posta de Parijaro que pueda atender una emergencia.
Otra comunidad de similar complejidad es Cutivireni, de la que Pamaquiari es uno de sus 14 anexos. Los monitoreos de 2023 detectaron seis incendios forestales que ocurrieron en Cutivireni casi al mismo tiempo y en un prolongado periodo de altas temperaturas. El que destruyó parte del bosque de Pamaquiari, entre agosto y septiembre, fue el de mayor duración y peligro. Solo una providencial aparición de la lluvia disipó aquellas llamas que habían devorado casi 1400 hectáreas de vegetación en todo Cutivireni.
“Ese tipo de lluvias antes las podíamos pronosticar, calcular su llegada. Ahora ya no. Todo ha cambiado”, señala Cristian Rojas.
En una realidad cargada de adversidades para las comunidades asháninkas de la cuenca del río Ene, el monitoreo satelital del fuego y las tareas de prevención más que una posibilidad de solución, representan una necesidad. Una urgencia.
Imagen principal: En las 25 comunidades que reúne la Central Asháninka del Río Ene, los vecinos son capacitados para que sus quemas no se desborden. Crédito: Erick Mozombite.
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