- Los bosques tropicales de América del Sur son importantes captadores de dióxido de carbono, uno de los principales gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático. Esta capacidad podría disminuir en las próximas décadas.
- Por más de 20 años, más de cien investigadores trabajaron en el proyecto que logró demostrar que la conservación de bosques tropicales es esencial para mitigar los efectos del cambio climático y mantener su capacidad para absorber carbono.
La BR-319 es una carretera de 900 kilómetros que atraviesa como una cicatriz el corazón de la Amazonía brasileña, entre Manaos y Porto Velho. En los alrededores de esta vía, un equipo científico sumergió sus pies en el fango para medir los árboles que se encuentran en, al menos, diez parcelas de una hectárea y así recopilar datos que aporten más información sobre el rol que desempeñan estos bosques en la mitigación del calentamiento global.
La decena de parcelas estudiadas en esa zona representan sólo una pequeña parte de otras 123 distribuidas en seis países: Bolivia, Brasil, Colombia, Guyana Francesa, Perú y Venezuela. En esos lugares, más de cien científicos realizaron censos de árboles durante más de 20 años, como parte de una colaboración entre la Red Amazónica de Inventarios Forestales (Rainfor) y el Programa de investigación de biodiversidad (PPBio).
El análisis de los datos acumulados durante dos décadas reveló que los bosques tropicales de América del Sur disminuyeron su capacidad para absorber dióxido de carbono de la atmósfera entre 2015 y 2016, tiempo en el que se registró el fenómeno de El Niño que provocó sequías y temperaturas extremas.
El hallazgo se explica en el artículo científico “Sensibilidad de los bosques tropicales de América del Sur ante una anomalía climática extrema”, publicado en la revista Nature en septiembre de 2023. Lo documentado por los investigadores prendió aún más las alertas sobre la urgencia de conservar en su mejor estado a los bosques tropicales, para que no disminuyan su capacidad de funcionar como “sumideros de carbono”.
Hay que recordar que la mayoría de los bosques funcionan como “sumideros de carbono”: enormes depósitos naturales que absorben y acumulan grandes cantidades de dióxido de carbono en sus árboles a través de la fotosíntesis. Durante ese proceso, capturan el exceso de dióxido de carbono en el aire y devuelven oxígeno a la atmósfera.
Los autores del estudio explicaron en la publicación que sin los bosques tropicales de América del Sur funcionando como sumideros de carbono, la presencia de dióxido de Carbono (CO2) en la atmósfera aumenta mucho más que en circunstancias normales, es decir en un año sin fenómeno de El Niño.
“Es posible que dentro de la ventana de medición de El Niño, los bosques incluso hayan estado funcionando como una pequeña fuente de carbono”, explica la doctora Amy Bennet, científica de la Universidad de Leeds y una de las autoras del artículo publicado en Nature.
Los investigadores advierten que para que un bosque libere más carbono del que absorbe deben existir dos factores importantes: un aumento de temperatura o una degradación forestal.
Cuando un bosque se degrada es como si enfermara de gravedad. Sus funciones se van deteriorando, por lo que ya no pueden filtrar o retener el agua, absorber el carbono o proporcionar alimento y refugio. La doctora Bennet resalta que es fundamental que los bosques no estén degradados para que puedan seguir cumpliendo su función de absorber el carbono.
Los resultados del estudio son significativos en un momento en que, nuevamente, el fenómeno de El Niño se instaló en la región ecuatorial del Pacífico desde la primavera de 2023, año que ya es considerado el más caluroso desde 1850, de acuerdo con el estudio anual del Servicio de Cambio Climático de Copérnico (C3S, por sus siglas en inglés), uno de los seis programas de información del Programa de Observación de la Tierra de Copérnico de la Unión Europea, encargado de proporcionar datos climáticos e información sobre los impactos del clima en el mundo.
Según las predicciones más recientes de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), es muy probable que el actual episodio de El Niño continúe hasta abril de 2024. Esto podría provocar efectos negativos en el clima mundial y en los bosques tropicales de América del Sur.
Bosques afectados por el calor
Los bosques tropicales, con su exuberante biodiversidad y sus complejas interacciones ecológicas, se convirtieron en un laboratorio natural a cielo abierto para el equipo científico. Y, en especial, cada árbol centenario fue una fuente invaluable de datos que permitieron conocer más sobre el intrincado sistema que regula el clima y sustenta la vida.
Para poder estudiar a los gigantes centenarios a lo largo del tiempo, a cada árbol se le asignó un número o código único que se plasmó en placas adheridas a su corteza. A su vez, se realizó una clasificación por especie.
En la sofocante Amazonía, por ejemplo, el censo de los árboles ubicados en una sola parcela podía durar de dos a tres días, cada medición se registró en una base de datos que fue compartida a través de Forest Plots.net, fue así que científicos ubicados en diversas latitudes podían acceder y analizar la información de sus parcelas.
El estudio también documentó que las parcelas almacenaban y secuestraban alrededor de un tercio de tonelada de carbono por hectárea y año. Sin embargo, esta cifra disminuyó a cero con las condiciones más cálidas y secas de El Niño. El cambio se debió a la pérdida de biomasa por la muerte de los árboles.
En sus estudios descubrieron que durante el calor murieron más árboles. Además, en los lugares donde las sequías fueron más fuertes, no crecieron árboles nuevos.
En el período de El Niño de 2015-2016, 119 de las 123 parcelas estudiadas experimentaron un aumento promedio de temperatura mensual de 0,53 grados centígrados. Durante ese mismo periodo, 99 de las 123 parcelas experimentaron un déficit de agua en sus árboles.
La mayoría de los árboles que murieron entre 2015 y 2016, tendían a ser ejemplares grandes, esto debido a que necesitan una mayor fuerza para mover el agua a distancias más largas. Por ejemplo, un árbol de 70 metros de altura tiene que transportar el agua 70 metros más que un árbol de 1 metro de altura.
En condiciones de sequía, los árboles grandes pueden tener dificultades para generar suficiente fuerza para mover el agua. Los investigadores vieron que las hojas, que antes podían ser un manto verde esmeralda, se tornaban ocre y caían al suelo, y, en casos extremos, registraron la muerte del árbol.
La vulnerabilidad de los bosques secos
De acuerdo con sus resultados, los bosques secos que están ubicados en zonas más cálidas pueden considerarse, en algunos casos, más resistentes y protegidos por su adaptación evolutiva. Parece que están operando cerca de sus umbrales fisiológicos, es decir, al máximo de su capacidad para adaptarse a las condiciones ambientales. Por lo tanto, son más vulnerables a los cambios en el clima, como el aumento de la temperatura y la sequía.
“Los bosques más secos fueron los más vulnerables. Se comportaron de manera similar, incluso, cuando estaban en lugares muy diferentes (por ejemplo, en el norte de Colombia y en el sur de la Amazonía). Parece que las especies de los bosques más secos están adaptadas al clima de su ubicación, pero esto podría no permitirles resistir nuevos extremos climáticos”, explica la doctora Bennet.
Los cambios actuales en el clima están ocurriendo a un ritmo más rápido que los cambios a los que se han adaptado los bosques. Esto significa que no tienen tiempo suficiente para adaptarse a las nuevas condiciones. Como resultado, son más propensos a sufrir daños y muerte.
“Gran parte de los bosques tropicales del mundo pueden resistir las anomalías climáticas, pero sólo si se conservan, se mantienen intactos y los aumentos de temperatura son limitados. Más allá de la Amazonia, los bosques en ambientes más extremos parecen estar en riesgo. Se sabe menos sobre estos bosques, pero enfrentan múltiples desafíos, ya que están más directamente influenciados por los humanos y, por lo general, están más fragmentados y degradados”, señala la investigadora Bennet.
Los bosques ubicados en el norte de Colombia, Minas Gérais (sureste de Brasil) y el sur de la Amazonia fueron los más impactados por fenómenos como El Niño, de acuerdo con el proyecto científico.
Estudiar árbol por árbol
Una de las parcelas del proyecto de investigación se encuentra al sur del río Amazonas, en Brasil, en la carretera BR-319; su estudio fue liderado por las investigadoras Thaiane Sousa y Flávia Costa, del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia (INPA).
En la BR-319 el equipo de Sousa y Costa empezaba muy temprano, caminando de uno a cinco kilómetros para llegar a las parcelas, donde utilizaban cintas para establecer las coordenadas de ubicación. Luego debían encontrar los árboles previamente censados y que tenían, al menos, 10 centímetros de diámetro a la altura del pecho (1.3 metros), para valorar el estado del ejemplar, si tenía alguna pérdida de hoja, ramas o ataques de insecto. Y en caso de que estuviera muerto, tratar de determinar cuáles fueron las causas.
“En la región BR-319 no observamos un aumento en la mortalidad de los árboles debido a la sequía; sin embargo, observamos una reducción en el crecimiento de los árboles durante el período de El Niño en comparación con el período anterior”, señala Sousa.
En las comunidades cercanas a la BR-319, el trabajo con las comunidades de Castanho, Tupana, Igapó-Açu y Humaitá fue uno de los pilares principales del proyecto científico encabezado por Souza y Costa. Los habitantes recibieron capacitaciones para recolectar los datos de la vegetación y protocolos de medición, un sólo árbol requería la colaboración de bastantes personas.
Quienes participaron en el proyecto, hoy son líderes en inventarios forestales. ”Algunos tenían experiencia en trabajos previos con otros grupos de investigadores, entonces tienen un enorme conocimiento sobre vegetación. El compromiso de la comunidad es esencial para garantizar la conservación de nuestros bosques”, explica la investigadora Sousa.
En medio de la densa vegetación y los mosquitos insistentes, el equipo tuvo que enfrentar algunos desafíos. “La ciencia es fácil, la logística difícil”, comenta Flavia Costa. Para trabajar en terreno tuvieron que solicitar licencias públicas y privadas, enfrentar algunas dificultades de comunicación con los propietarios de terrenos y coordinar el reto de mantener el transporte, alimentación y ánimos de un equipo amplio en medio de la Amazonía.
Para la especialista Flavia Costa, quien trabaja desde hace más de 25 años en el Amazonas, el monitoreo de las zonas forestales es fundamental para entender sus presiones y respaldar decisiones sobre cómo se pueden mantener estos bosques en pie.
“La investigación a largo plazo en el campo sigue siendo la base de la mayor parte del conocimiento crítico sobre los efectos del cambio climático y no será reemplazada tan fácilmente por el monitoreo mediante teledetección, ya que el monitoreo árbol por árbol sigue siendo la única manera de determinar los efectos para nuestra biodiversidad”, comenta.
La urgencia de conservar los bosques amazónicos
Los investigadores que han estudiado a los bosques amazónicos han encontrado que desde la década de los noventa, estos ecosistemas han ido disminuyendo su capacidad de actuar como un sumideros de carbono. Los científicos advierten que si no se toman medidas urgentes, esta capacidad de los bosques amazónicos podría cesar por completo antes de 2040.
De acuerdo con la plataforma satelital Global Forest Watch, en 2010, la región amazónica de Brasil tenía 150 millones de hectáreas de bosque natural, lo que representaba el 96 % de su superficie total. En 2022, la región perdió 396 000 hectáreas de bosque natural, lo que representa un 2.6 % de la superficie.
La carretera BR-319 es sólo un ejemplo de cómo ha ido avanzando la deforestación y la degradación de los bosques en la región amazónica de Brasil. Esta vía fue construida por el régimen militar brasileño en la década de los setenta; tiene dos tramos reconstruidos y pavimentados en la última década: 200 kilómetros en el sector norte cerca de Manaus y 165 kilómetros cerca de Humaitá.
Sin embargo, la construcción total de la BR-319, que incluye casi 1000 kilómetros más, sigue siendo un megaproyecto que cruza una región repleta de áreas protegidas, comunidades indígenas y parte de la mayor biodiversidad del planeta. Su pavimentación, autorizada en 2022 por el entonces presidente Jair Bolsonaro, ha generado deforestación, tala, minería e incendios en la región. A pesar de la promesa de deforestación cero para 2030, el actual presidente de Brasil Lula da Silva apoya la construcción bajo la Iniciativa IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana) si se fijan objetivos de sostenibilidad y protección.
Para el equipo científico los bosques tropicales de América Latina todavía pueden ser una defensa clave para el futuro. “Es vital contar con políticas públicas que frenen la deforestación y conserven estos ecosistemas. Los efectos del cambio climático, como el aumento de la temperatura y la intensificación de las sequías, ponen en riesgo este sumidero de carbono atmosférico”, concluye la investigadora Sousa.
Imagen principal: La carretera BR-319 abrió 900 kilómetros de la selva en la Amazonía brasileña. Foto: Laboratorio de Ecología Vegetal del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonía (INPA, Brasil.
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