- En la primera parte de Conservación Dividida el veterano reportero de Mongabay Jeremy Hance explora cómo los grupos conservacionistas más importantes del mundo han acogido un enfoque centrado en los humanos conocido como “nueva conservación” que ha dividido a este ámbito acerca de cuál es la mejor forma de salvar la vida en la Tierra.
- Los dos grupos están de acuerdo en que la conservación no está consiguiendo detener la extinción masiva en estos momentos, pero las conversaciones no progresan cuando se habla de la importancia de las zonas protegidas y de la eficacia de los grupos más grandes y reconocibles.
- Conservación, Dividida es una exhaustiva serie de cuatro partes que investiga cómo ha cambiado el ámbito de la conservación en los últimos 30 años y los desafíos a los que se enfrenta en el avance hacia un futuro incierto. Hance ha trabajado en esta serie durante 8 meses. Los artículos originales se publicarán de forma semanal hasta el 17 de mayo.
Unos meses después de empezar a trabajar a tiempo completo como periodista ambiental en el año 2009, partí al Borneo malasio. Pasé un día en coche con un pequeño grupo de conservacionistas y oficiales atravesando una plantación de palma de aceite que parecía no tener fin antes de llegar a la parte baja del río Kinabatangan. Allí, la famosa vida silvestre de Borneo –orangutanes, elefantes, osos malayos y panteras nebulosas− estaba comprimida en las franjas cada vez más pequeñas del Santuario de Vida Silvestre del Kinabatangan.
Francamente, después de observar kilómetros de palma aceitera me costaba imaginar que cualquier animal más grande que un gato pudiera vivir allí, mucho menos una manada de elefantes. Aquella noche, nos reunimos de forma informal con algunos trabajadores del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés) en un hostal local. Nos explicaron emocionados el plan que tenía el grupo conservacionista más reconocido del mundo para conservar la vida silvestre en Borneo ante una embestida sin precedentes de la tala, la minería y la palma de aceite.
Me dieron un folleto brillante con fotografías espectaculares de la carismática vida silvestre de Borneo correteando y de habitantes locales felices. Con el llamado proyecto “Corazón de Borneo”, WWF y los tres gobiernos de la isla pretendían salvaguardar la región que se extiende en más de 23 millones de hectáreas y pertenece a tres países. El plan no era convertir la zona –más grande que Gran Bretaña− en un parque, sino en un paisaje gestionado de forma sostenible, algo claramente nuevo que conllevaba colaborar con las industrias del aceite de palma, la tala y la minería para llevarse a cabo. Sería un lugar –sostenían– donde la vida silvestre y los grupos indígenas podrían prosperar. Un gran trozo de Borneo podría permanecer ecológicamente completo.
La idea sonaba grandiosa, ambiciosa y genial. Conforme me lo iban contando, los trabajadores de WWF tenían pinta de esperar que me mostrara impresionado.
Entonces dije: “Bueno, todo esto parece estupendo, pero ¿cómo van a hacerlo?”
Puede que metiera la pata con las normas culturales de Malasia, pero me di cuenta de que las mismas caras que mostraban emoción y entusiasmo tan solo hacía un momento me estaban mirando de forma ausente o evitándome. Nadie dijo nada, nadie tenía una respuesta. Parecía que faltaba algo.
Ataque a los grandes
Una de las cosas que descubres como periodista ambiental es lo rápido que los científicos y los conservacionistas están dispuestos a atacar –de forma extraoficial, por supuesto− a los grandes grupos de conservación. Entre ellos se encuentran cuatro de los principales grupos con alcance mundial: WWF, Conservación Internacional (CI), the Nature Conservancy (TNC) y, a veces, aunque en menor medida, la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS por sus siglas en inglés). Si los sumamos, estos cuatro grupos dan trabajo a más de diez mil personas en casi un centenar de países y cuentan con unos ingresos anuales de unos dos mil millones de dólares. En muchas partes del mundo, si no en la mayoría, es posible que uno de estos cuatro grupos se vea como la imagen pública de los trabajos de conservación.
A lo largo de los años, antiguos empleados me han enseñado los trapos sucios en torno a las oportunidades perdidas, los valores equivocados y los proyectos que parecían fracasar con la misma frecuencia con la que funcionaban. Mientras tanto, los que trabajaban allí en ese momento a menudo sonaban como agentes de relaciones públicas que hablan de forma entrecortada. Los conservacionistas externos a menudo se quejaban de que las grandes ONG se llevaban el reconocimiento por el trabajo que habían hecho ellos y estropeaban las relaciones locales. Las mismas preocupaciones aparecían repetidamente: una obsesión con la marca de la organización en detrimento del éxito, una jerarquía que imita al mundo corporativo, relaciones amistosas con algunas de las empresas más destructivas para el medioambiente, silencio de radio sobre muchos asuntos ambientales e incapacidad de responder a crisis que aparecen cada vez con más frecuencia.
No es exactamente sorprendente que los antiguos trabajadores a veces se quejen de su trabajo anterior; tampoco lo es que algunos programas ambientales, con todas las complejidades y ante tantas presiones, fracasen; ni que las pequeñas ONG conservacionistas tengan envidia de las más granes. Sin embargo, conforme iba pasando el tiempo, me acostumbré tanto a oír lo mala que se había vuelto la “gran conservación”, que me sorprendí cuando me encontré con un conservacionista que no tenía más que buenas palabras sobre su antiguo lugar de trabajo (WWF-Polonia) en el tema de los osos. Era la primera vez.
Puesto que tantas fuentes me explicaban las mismas historias una y otra vez, empecé a preguntarme si algo se había estropeado realmente. ¿Acaso era de esperar eso en un ambiente altamente competitivo lleno de personajes idealistas y apasionados que se enfrentan a la catástrofe ecológica? ¿O ha perdido su camino la “gran conservación”?
Para encontrar las respuestas hay que echar la vista atrás 30 años, cuando los conservacionistas empezaban a aventurarse hacia una nueva filosofía.
El despertar de “la nueva conservación”
El giro más importante que ha dado la conservación en los últimos años ha sido el despertar de algo llamado “nueva conservación”. Este cambio es el origen de algunas de las críticas que se lanzan a la gran conservación hoy en día.
Desde los inicios del movimiento moderno de la conservación, a menudo relacionado con el surgimiento de los parques nacionales en el siglo XIX, la conservación ha consistido muchas veces en delimitar espacios de tierra o de agua y desarrollar formas de proteger especies amenazadas. Mientras que los primeros esfuerzos se vieron en parte impulsados por valores económicos y humanos (como la caza y el ocio), también pusieron un énfasis importante en salvar la naturaleza por su valor intrínseco y espiritual.
“Hay un amor por la naturaleza salvaje en todas las personas, un amor maternal antiguo que se muestra ya sea reconocido o no, aunque lo cubramos de preocupaciones y obligaciones”, escribió John Muir, uno de los grandes padres del ecologismo moderno.
Inspirados por Muir y otros, muchos ecologistas sostenían que fuera cual fuera el valor económico que tuviera la naturaleza para la humanidad ahora o en el futuro, posee una importancia más profunda que no puede y no debería ser medida con dinero. Deberíamos proteger la naturaleza no porque cubra un sinfín de necesidades humanas (aunque sea cierto), sino porque tenemos la obligación moral de hacerlo.
Aun así, en las últimas décadas el péndulo se ha balanceado hasta ver la naturaleza a través de un lente básicamente utilitario. Quizás esto no sorprenda, dado el aumento de amenazas ambientales mundiales como el cambio climático, la acidificación de los océanos, la sobrepoblación, la contaminación, la extinción masiva y la idea cada vez más presente de que esas amenazas podrían desequilibrar el funcionamiento de la civilización humana y hundir a millones, incluso miles de millones, en la miseria.
Este giro también siguió al nacimiento del neoliberalismo en los 70 y los 80, movimiento que propugnó desregulación, desconfianza en los gobiernos y una confianza cada vez más profunda (algunos podrían decir incluso que con un fanatismo casi religioso) en los mercados libres y las empresas privadas. Los conservacionistas no fueron inmunes a estas creencias. Después de ese periodo, los ecologistas tomaron ejemplo de los economistas e intentaron medir meticulosamente todo lo que había en la naturaleza por su valor económico de hoy y el que podía tener en el futuro. ¿Cuánto vale la polinización? ¿la captura de carbono?, ¿la filtración del agua?
Una visión maravillosa tomó forma: si pudiéramos incorporar el valor monetario de la naturaleza en nuestro sistema económico –y convencer a los diseñadores de políticas y los empresarios para que entiendan ese valor económico no reconocido− podríamos salvar el mundo. Ese enfoque centrado en la economía se conoce como “nueva conservación”.
Los nuevos conservacionistas sostienen que los intentos de conservación del pasado nunca llegaron a comprender ni a abordar del todo las verdaderas causas de la pérdida de la biodiversidad.
Tom Dillon, vicepresidente sénior de Bosques y Agua Dulce de WWF-US, me dijo que el “núcleo” de la nueva conservación es transformar a los responsables de la destrucción para que sean más respetuosos con el medioambiente.
De modo que la nueva filosofía dio un giro para centrarse en la tierra y el agua fuera de las zonas protegidas con la intención de hacer que grandes industrias como la de la agricultura, la tala, la pesca y la minería se vuelvan “verdes”.
“La expansión de la agricultura es responsable de casi toda la deforestación en el mundo. La escorrentía contaminada y los ecosistemas fragmentados por la infraestructura mal planificada, como carreteras y presas, son una amenaza importante para los ríos del mundo. Entender la magnitud de esas amenazas nos ha ayudado a crear enfoques innovadores para abordarlas”, dijo Dillon. “Es la única forma en la que podremos proteger la vida silvestre del mundo”.
Para abordar esos factores, los nuevos conservacionistas han creado elaborados sistemas de certificación (como el Consejo de Administración Forestal para los productos de madera o el Consejo de Administración Marina para el pescado) para convencer a la industria de que la autorregulación puede llevar a más beneficios y a unos recursos naturales más seguros. También han diseñado los programas de “pagos por los servicios del ecosistema” que todavía están emergiendo y que pretenden pagar a los gobiernos o a los propietarios de tierras para que mantengan el medioambiente intacto (como REDD+ con la captura de carbono en los bosques). Se han centrado en programas para combatir la pobreza o contribuir al desarrollo sostenible como la forma de contrarrestar la destrucción ambiental. Los nuevos conservacionistas también se han asociado con variedad de industrias y empresas, entre ellas algunas de las más destructivas, para ayudarlas a lavar su imagen –y parece que en algunos casos también para tener acceso a sus considerables donaciones.
La nueva conservación captó rápidamente a la mayoría de los grandes grupos de conservación. Todas las ONG megainternacionales –WWF, CI, TNC y, en menor medida, WCS− han incorporado elementos de la nueva conservación en varios de sus proyectos. Por ejemplo, mientras que TNC se centra en la conservación tradicional en los Estados Unidos con la compra de tierras, sus proyectos en el extranjero están orientados principalmente hacia la nueva conservación.
Dillon dijo que la adopción de la filosofía de la nueva conservación por parte de su grupo se dio tras darse cuenta de lo mal que estaban las cosas. Apuntó al informe Planeta Vivo de WWF, que evalúa el estado del mundo natural cada dos años.
“El informe [de 2014] mostraba que todos los indicadores, desde la biodiversidad al cambio climático, tenían una tendencia negativa”, dijo Dillon, añadiendo que esos informes, que empezaron en 1998, hicieron al WWF darse cuenta de que “habíamos ganado algunas batallas cruciales en las que habíamos tenido peleas duras, pero estábamos perdiendo la guerra. Sabíamos que teníamos que cambiar”.
Aunque WWF empezó dedicándose al trabajo en campo para salvar a las principales especies, cada vez más programas han girado en torno a las ideas de la nueva conservación en los últimos años. El “Corazón de Borneo” es ejemplo de ello. Aun así, Deon Nel, Director de Conservación Mundial de WWF, insiste en que en objetivo principal de grupo “siempre será” la vida silvestre.
Muchos observadores exteriores no están de acuerdo. Uno de ellos es John Payne, que pasó casi treinta años trabajando en y con WWF-Malasia. En la actualidad, es el jefe de Borneo Rhino Alliance, que intenta salvar a esta subespecie de la extinción. Me dijo que WWF ha cambiado de forma significativa en las tres últimas décadas. “WWF asigna proporciones bastante pequeñas de sus fondos a programas sobre especies individuales para evitar su extinción. Es un desvío importante del objetivo con el que se fundó”.
Con todo esto, algunos conservacionistas tradicionales siguen discutiendo la idea de si hay realmente algo nuevo en la “nueva conservación”.
“No ha habido absolutamente ningún cambio de un enfoque centrado solo en la naturaleza a uno que incluya a las personas también. La conservación desde sus inicios a partir del año 1800 siempre ha incluido el interés de los humanos en su trabajo, también los deseos económicos y los daños causados por la degradación ambiental”, me dijo Kierán Suckling, Director Ejecutivo de la ONG Center for Biological Diversity con sede en Tucson, señalando que incluso John Muir era agricultor y granjero.
Los nuevos conservacionistas simplemente han vendido sus ideas como nuevas para promocionarse, sostuvo. “La primera norma para vender artilugios es que todo se tiene que describir como radicalmente nuevo y mejor”, dijo Suckling. “De lo contrario, nadie va a estar interesado en lo que vendes. No hay que dejarse engañar por los vendedores de artilugios”.
La opinión de Suckling es destacable, pero lo que es ciertamente nuevo es cuántos grupos que antes se centraban en la vida silvestre ahora se centran en el lado humano y económico de la naturaleza. La conservación tradicional se ha visto “obviamente desenfatizada” dentro de los principales grupos de conservación, según Leo Bottrill, que trabajó en WWF seis años y ahora dirige Moabi, una iniciativa para identificar y monitorear la deforestación en la República Democrática del Congo.
“Se destina menos dinero [a la conservación tradicional]. Hay menos apoyo, menos capacidad”, dijo Bottrill.
Según muchos de sus críticos, las grandes ONG han ido demasiado lejos.
Noga Shanee, cofundadora de una pequeña ONG en Perú llamada Neotropical Primate Conservation, dice que la nueva conservación tendría que llamarse en realidad “conservación neoliberal”. Llama a sus actividades “acciones de casi-conservación” o “irse por las ramas de la conservación”.
“Hay mucho esfuerzo, mucho dinero que se lanza a proyectos enormes que no están directamente relacionados con la conservación”, me dijo.
Shanee critica a la nueva conservación por estar “llena de paradojas”, como forzar a los indígenas a que se hagan agricultores, vender bosques por dinero y apoyar plantaciones de monocultivos. Además −lo cual le parece lo más atroz−, este tipo de conservación sigue impulsando la caza de trofeos incluso cuando apunta a especies Críticamente Amenazadas como el rinoceronte negro (Diceros bicornis).
Afirma que muchas veces cuando los habitantes locales cazan se les considera “furtivos”, pero cuando lo hacen extranjeros ricos son “conservacionistas”. Shanee añadió que los nuevos grupos de conservación “a veces también cambian la caza por ecoturismo, bioprospección u otras actividades menos destructivas, pero la idea es básicamente la misma, la conservación se usa extensamente como justificación para el territorialismo”.
Según críticos como Shanee, centrar la nueva conservación en la economía –a costa de apartar más zonas silvestres o actuar para salvar especies al borde de la extinción− es, en el mejor de los casos, arriesgado, y en el peor de los casos, una trampa. Defienden que los nuevos conservacionistas han cambiado programas que se centraban directamente en la vida silvestre por otros que podrían no ayudar a las especies en peligro. Al lanzar argumentos sobre la moralidad y los valores, los nuevos conservacionistas básicamente le han cedido el tema de la naturaleza a los utilitaristas: si el conejo no tiene un valor económico, mátalo.
Un debate intenso: parques y valores
El debate sobre la conservación tradicional y la nueva ha sido virulento, apasionado y, a veces, muy feo. Los investigadores, los trabajadores de la conservación y los periodistas han lanzado hondas y flechas en revistas académicas, periódicos, conferencias, blogs y en persona. Los pensadores de la conservación se han dividido.
Los dos grupos –nueva y antigua conservación− están de acuerdo en que la conservación no está consiguiendo detener la extinción masiva en estos momentos, pero las conversaciones no progresan cuando se habla de la importancia de las zonas protegidas.
Los partidarios de la conservación tradicional consideran que las zonas protegidas son el mayor éxito de la conservación en los últimos 150 años. Sostienen que los conservacionistas deberían centrarse urgentemente en crear más y en aumentar los esfuerzos en el terreno para salvar especies al borde de la extinción.
Las zonas protegidas cubren en la actualidad de un 12 a un 15 por ciento de la superficie terrestre y un tres por ciento de los océanos, donde están aumentando constantemente. Sin ellas, dicen sus defensores, la crisis de la extinción sería decenas de veces peor y habrían desaparecido incontables especies que aún siguen aquí. De hecho, las investigaciones en los últimos años han apoyado esta teoría al mostrar que las zonas protegidas albergan más biodiversidad y en más abundancia que las zonas adyacentes.
No obstante, los partidarios de la nueva conservación dicen que este enfoque es insuficiente. “Estamos convencidos de que solo con las zonas protegidas no es suficiente”, escribe Michelle Marvier, científica ambiental en la universidad de Santa Clara, en un editorial en Conservation Biology con el firme título “La nueva conservación es la auténtica conservación”. Compara la llamada a que haya más zonas protegidas con la petición de más camas de hospital durante la crisis del sida –en otras palabras reactiva más que proactiva, una tirita en una herida abierta−. “A pesar del gran éxito en el establecimiento de zonas protegidas, el índice de extinción de las especies sigue siendo inaceptablemente alto”.
Los nuevos conservacionistas también han atacado la idea de que quede alguna zona prístina en el mundo, con la implicación de que preservar la naturaleza en un estado prehumano ya no debería ser uno de los objetivos. En lugar de eso, deberíamos encontrar una manera de vivir con la naturaleza que apoye a los siete mil millones (y subiendo) de personas que hay en el planeta.
“Creo que la mayoría de conservacionistas dirían ‘sí, es absolutamente cierto y es a lo que nos enfrentamos’ me dijo Don Weeden sobre la idea de que no hay nada prístino. Weeden dirige la Fundación Weeden de Bedford Hills, con sede en Nueva York, que apoya principalmente proyectos de conservación tradicional por todo el mundo. “Por supuesto que cualquier zona silvestre del mundo está en peligro, pero lo que intentamos hacer es salvar lo mejor de lo que queda”, dijo.
Una de las razones por las que el debate “tradicional-nuevo” levanta tantas ampollas es que menciona cosas completamente sensibles como los valores y la moral personal. Los nuevos conservacionistas afirman que los tradicionalistas no dan el valor suficiente a las necesidades humanas y los requisitos económicos. En el otro lado, los tradicionalistas creen que los nuevos conservacionistas han perdido de vista el valor intrínseco de la naturaleza –el imperativo ético de que una especie tiene todo el derecho del mundo a existir a pesar de los beneficios (o de la falta de estos) que pueda proporcionar a la humanidad. Los tradicionalistas temen que cuando necesitemos tener un valor económico ligado a un lugar o una especie, empezaremos a perder ambas cosas.
¿Qué pasa si descubrimos que la rana del Monte Bale (Balebreviceps hillmani), Críticamente Amenazada, tiene un valor de solo 15 dólares al año en Etiopía como curiosidad investigativa? ¿O que el lémur saltador (Lepilemur septentrionalis) solo contribuye en 150 dólares a los ingresos del turismo anual en Madagascar, mientras que sustituir su hábitat podría ser mucho más rentable para la comunidad local con cultivos?
Los nuevos conservacionistas dicen que esa es una forma equivocada de ver el problema: los ecosistemas como los bosques ofrecen múltiples beneficios para las personas –carbono y filtración de agua, además de biodiversidad− que suman económicamente.
Al impulsar el valor económico de la naturaleza, los nuevos conservacionistas dicen que simplemente responden a encuestas que muestran que cada vez menos gente se considera ecologista o conservacionista (al menos en los EE.UU.), y buscan formas prácticas de convencer a los gobiernos y a las empresas para que la acción ambiental no es una amenaza al capitalismo neoliberal como se practica en la actualidad.
“Yo, personalmente, amo la naturaleza”, me dijo Will Turner, vicepresidente sénior y científico líder en la división de océanos de CI. “Me encanta la biodiversidad. También me encantan las personas. Creo que me siento perfectamente cómodo con un sistema de valor que incluya tanto el valor intrínseco de la naturaleza… como la importancia básica de los ecosistemas en este planeta para la supervivencia y la prosperidad humana”.
Esté donde esté el equilibrio, la nueva conservación ha creado programas realmente novedosos que, según sus adeptos, podrían ser fundamentales para salvar de verdad la naturaleza.
¿Sirven de algo los sistemas de certificación?
Si uno va a una tienda de alimentación de alta gama, podrá ver la abundancia de sellos: está el sello azul para el pescado del Consejo de Administración Marina (MSC); el sello verde con la fronda de palmas de la Mesa Redonda sobre el Aceite de Palma Sostenible (RSPO); el árbol rodeado del Consejo de Administración Forestal (FSC), y el sello de la rana de la Alianza para los Bosques. Este es uno de los frutos de la conservación: sistemas de certificación que se multiplican a gran velocidad y que a veces compiten entre ellos en el intento de controlar los factores que causan la destrucción ambiental dirigiendo el dinero de los consumidores a productos más sostenibles. Los grandes grupos de conservación han sido instrumentales en la creación y el diseño de muchos de estos sistemas.
Los críticos dicen que esos sistemas de certificación dan a los consumidores la falsa impresión de que el producto que compran no daña al medioambiente, cuando en realidad, como mucho, reduce esos daños. Por ejemplo, comprar papel certificado por FSC probablemente sea mejor que comprar papel que no está certificado, pero no es en absoluto mejor que simplemente renunciar al papel o elegir uno que sea 100 % reciclado. Los problemas se esconden en los detalles, y los detalles de cada sistema de certificación pueden ser complejos y opacos.
Las ONG vigilantes han acusado a los sistemas de certificación de tener una normativa pobre de aplicación flexible y de estar demasiado influenciados por las industrias que se supone que tienen que contener. Por ejemplo, los críticos ambientales dicen que algunos de los estándares del FSC son insostenibles, como su permiso de talar bosques primarios, plantaciones de árboles monocultivo e incluso la tala indiscriminada en algunos casos. A veces también se habla de los productos FSC como “mezcla FSC”, que puede significar que solo contienen un porcentaje de material certificado por el FSC, mientras que el resto es “Madera Controlada” que cumple con algunos estándares mínimos pero no sigue las normas más estrictas necesarias para obtener la certificación del FSC.
Parte del motivo por el que esos permisos aparecen es que los sistemas de certificación no los diseñan las ONG solas, sino que son resultado de acuerdos alcanzados con mucho esfuerzo, reuniones extraoficiales entre ONG, empresas y grupos de la industria, gobiernos y otros “interesados”. Además, los sistemas de certificación solo son tan buenos como el auditor que inspeccione las operaciones (normalmente una vez al año), pero muchos se han metido en problemas por tener auditorías deficientes e incluso corruptas —el caso más reciente es el de RSPO.
A pesar de esas preocupaciones, Dillon, de WWF, dijo que la cantidad de tierra certificada por el FSC es uno de los mayores éxitos de WWF en los últimos 20 años. WWF ayudó a crear el FSC en 1993 y sigue siendo uno de sus miembros y defensor acérrimo. Dillon apuntó que el 15,5 por ciento de la bosques de producción del mundo están certificados por el FSC, una zona más grande que Irán que se extiende a más de 182 millones de hectáreas. También dijo que los estándares del FSC están mejorando: en 2014, el consejo reforzó sus protecciones en “Paisajes boscosos intactos”, amplias zonas de bosque primario que no se han cortado para construir carreteras u otra infraestructura.
“WWF cree que el FSC tiene las normas de gestión forestal más rigurosas para el medioambiente y la responsabilidad social”, dijo Dillon. “También creemos que obtener certificación del FSC y conseguir productos con certificación del FSC es uno de los mejores enfoques para conservar los bosques mundiales”.
No obstante, los críticos dicen que en sus más de 20 años, el FSC ha hecho poca cosa para proteger los bosques más biodiversos del mundo. En 2013, solo 19 millones de hectáreas de bosques certificados por el FSC (un 10 por ciento del total) estaban en los trópicos y, por supuesto, esos son los que contienen especies amenazadas. Una cuarta parte de estos eran plantaciones de monocultivos, que tienen poco valor en cuanto a biodiversidad. El FSC ha certificado cuatro veces más bosques en Europa que en todos los países tropicales del mundo. Si lo que quería el FSC era ayudar a proteger la vida silvestre, hasta hoy, ha dejado escapar los paisajes más ricos en vida silvestre del mundo.
Aun así, algunos conservacionistas tradicionales ven los sistemas de certificación como una forma útil de responder a la crisis ambiental mundial.
Payen, de Borneo Rhino Alliance, miembro de RSPO, afirma que el sistema de certificación de aceite de palma ofrece un camino positivo, en ausencia de más zonas protegidas, al hacer “que los estándares ambientales sean transparentes y obligatorios para los miembros”. El hecho de que los gobiernos a menudo intenten “entrometerse” en el proceso demuestra el valor de RSPO, dijo.
Para Payne, los gobiernos se aferran demasiado al control de la conservación de la vida silvestre, mientras que sistemas de certificación como RSPO devuelven parte de ese poder a las ONG.
Jennifer Jacquet, profesora de estudios ambientales en la Universidad de Nueva York, dice que los gobiernos necesitan más responsabilidad y no menos. Ella criticó los sistemas de certificación en su libro de 2015 Is shame necessary? (¿Es necesaria la vergüenza?), donde sostenía que trasladan la responsabilidad de la salud ambiental del gobierno, que puede crear cambios exhaustivos de gran alcance, al público que compra, que solo puede producir un revoltijo de cambios probablemente ligeros. Muchas empresas pueden seguir adelante con la destrucción ambiental, puesto que siempre habrá consumidores dispuestos a comprar productos si pueden pagar menos. Por ejemplo, mientras que la certificación de RSPO puede tener éxito en un porcentaje de productos que se venden en Europa y Estados Unidos, la mayor parte del aceite de palma se consume en China, India e Indonesia –donde esos sistemas no parecen muy prometedores en estos momentos.
“La mayoría de los sistemas de certificación han tenido un efecto marginal en la ecología, se han comido importantes cantidades de financiamiento para la conservación y, como yo defiendo, han sido una distracción importante a la hora de conseguir cambios más grandes y globales”, dijo Jacquet a Mongabay en una entrevista el año pasado. Apuntó que el MSC solo cubre el 7 por cierto del mercado mundial de pescado.
Los partidarios de los sistemas de certificación defienden que hace falta tiempo para que realmente se empiecen a notar los efectos, y que ya han logrado mejorar las consecuencias ambientales de algunas industrias, aunque sea parcialmente y en regiones específicas.
No obstante, los críticos dicen que el esfuerzo que se hace con estos sistemas habría estado mejor invertido si se hubiera empleado en convencer a gobiernos individuales y a la comunidad internacional para que mejoren las regulaciones en el consejo. Al final, dicen, lo que hace falta no es multiplicar sistemas voluntarios que dependan de la sensibilización de los consumidores, sino normativas mejores y más sólidas que garanticen que todo el pescado en las barras de sushi, toda la madera en Home Depot y todo el aceite de palma del Wal-Mart se obtienen de forma sostenible.
¿Pueden los ecosistemas pagar por sí mismos?
Por polémicos que sean los sistemas de certificación, han cosechado un gran éxito al conseguir que la gran conservación y la industria se unan para enfrentarse a problemas difíciles. Todavía está por ver si llegarán a ser realmente transformadores. Una idea más difícil de la conservación, sin embargo, ha sido el sueño de hacer que el mercado y los gobiernos reconozcan el valor económico de lo que se ha acabado por conocer como servicios del ecosistema o, en palabras simples, lo que la naturaleza nos da gratis, como agua limpia, oxígeno, captura de carbono y polinización.
Los nuevos conservacionistas han utilizado la investigación sobre los servicios del ecosistema para intentar convencer a los gobiernos de que protejan los lugares importantes como humedales, manglares y bosques. También han diseñado programas nuevos, conocidos como “programas de pago por los servicios del ecosistema”, basados en la idea de que los gobiernos o las empresas paguen para proteger esos servicios. Sin embargo, hasta la fecha, esos programas, como el programa de Reducción de las Emisiones de la Deforestación y la Degradación de los Bosques en Países Desarrollados de la ONU (REDD+), han sufrido para salir del terreno. Por ejemplo, REDD+ propone que los países ricos paguen a los pobres para mantener los bosques en pie por el carbono que capturan. No obstante, gran parte de la vida del programa, que se inició oficialmente en 2008, se ha visto consumida por las negociaciones. Las barreras han incluido problemas con grupos indígenas que lo ven como una nueva forma de apropiarse del bosque; falta de apoyo de los gobiernos locales, y dificultad para conseguir la financiación necesaria. Todavía está por ver si el Acuerdo de París le dará el impulso que tanto necesita.
Los críticos dicen que los pagos para los programas de servicios del ecosistema han prometido más de lo que pueden desembolsar. Por ejemplo, defienden que no hay ningún cálculo monetario que pueda competir con algo tan lucrativo como una plantación de aceite de palma o una mina con minerales muy deseables.
Turner, de CI, señaló que hay casos en los que los servicios del ecosistema pueden competir, especialmente cuando uno incluye todos los servicios en lugar de centrarse solo en uno, como hace REDD+ con la captura de carbono.
“Creo que los manglares son un gran ejemplo de esto… Ha habido varios estudios que comparan el valor de los ecosistemas de los manglares relativo al uso alternativo más rentable”, dijo. Los manglares ofrecen criaderos para la pesca, captura de carbono y productos forestales no maderables para los habitantes locales. También sirven de amortiguación contra tormentas súbitas, lo cual significa que los manglares salvan vidas. “Si lo sumas, eso es mucho más valioso que los beneficios a corto plazo de la conversión a acuicultura de crustáceos”, dijo Turner.
En efecto, puede que los manglares valgan mucho más que la acuicultura de crustáceos, pero eso no ha evitado que se destruyan a una velocidad récord en todo el mundo. Entre 1990 y 2005, el mundo ha perdido entre un 19 y un 35 por ciento de sus manglares. Los expertos afirman que los manglares han caído a un ritmo de tres a cinco veces más rápido que los bosques en tierra, poniendo en peligro no solo la biodiversidad, sino también vidas humanas. En otras palabras, incluso cuando los creadores de políticas saben que un ecosistema vale más cuando está intacto, no siempre lo protegen –todavía no, al menos.
Turner admitió que hay casos en los que la explotación supera a los ecosistemas económicamente. La minería es uno de ellos. “Nunca se podrá poner un valor sobres esos acres alrededor de los emplazamientos mineros que sea superior al valor económico que tienen para las personas los millones de dólares en minerales”, dijo, añadiendo que en esos casos es importante reducir la destrucción en general tanto cuanto sea posible. Por descontado, los efectos de la minería van mucho más allá del área inmediatamente destruida, como la comunicación que se derrama en el agua o se libera en el aire, además de la infraestructura adicional como carreteras para llevar minerales al mercado.
Otro factor que complica el enfoque de pagos por los servicios del ecosistema es que se acumulan las incertidumbres cuando se trata de medir los servicios ecosistémicos. Para empezar, a medida que empeora el cambio climático, hay potencial para que la captura de carbono sea más valioso. Lo mismo se podría decir de muchos servicios en una época de pérdida ambiental, como agua limpia y polinización.
Este tipo de futuro valor potencial que no acaba en la hoja de cuentas debería considerarse, dice Turner, que apuntó a las selvas como almacenes de medicinas sin descubrir.
“Mi padre tuvo una infección resistente a los medicamentos hace dos años y estuvo a punto de morir. El compuesto que lo salvó es la vancomicina, uno de esos antibióticos de última opción que resulta que se consiguió en una expedición fundada por Eli Lilly hace cincuenta años en Borneo”, dijo Tuner. “Este compuesto de la selva que iba a estar literalmente en la otra punta del mundo para mi padre cincuenta años más tarde salvó su vida. Mientras tanto, ese bosque está hoy en día limpiando agua y proporcionando agua y apoyando la pesca de la que dependen las personas directamente en estos momentos”.
Turner dijo que identificar una amplia gama de servicios del ecosistema también permite a los conservacionistas expandir el número de instituciones y personas involucradas en la conservación y promocionar la conservación ante una audiencia más extensa.
Sin embargo, Payne, de Borneo Rhino Alliance, defendió que centrarse en los servicios del ecosistema ha llevado a la vida silvestre a la deriva. “Lo que no es sensato es discutir por las razones económicas para proteger las especies cuando no hay argumentos económicos… No solo tienen que inventarse argumentos potencialmente falaces [los conservacionistas], sino que la gente en general empieza a creer que la conservación tiene que ir ligada a la economía”, dijo. “El enfoque de ‘la nueva conservación’ suele ser demasiado genérico para salvar a especies amenazadas, excepto por suerte”.
Por ejemplo, incluso si damos por hecho que calcular el valor de los servicios de un ecosistema da como resultado que hay que conservar territorios, Payne dijo que eso tampoco significaría necesariamente que las especies que viven allí se vayan a proteger. La vida silvestre se enfrenta a un aluvión de crecientes amenazas que van más allá de la pérdida del hábitat, entre ellas el comercio de vida silvestre y el cambio climático. Muchas especies seguirán necesitando de esfuerzos sobre el terreno para sobrevivir a los próximos cien años, incluso si permanece su hábitat. Ese es el tipo de trabajo que ha caído en el olvido en la era de la nueva conservación.
“No hay substitución para el trabajo que se hace directamente con las autoridades de los parques, para implementar programas de conservación”, dijo Bottrill de Moabi, que pasó varios años haciendo precisamente eso en su carrera en la conservación.
Añadió: “Todavía hay que aprender sobre las especies y cómo se gestionan y mantienen. Esos problemas no han desaparecido”. Bottrill apunta al comercio catastrófico de carne de caza en África como un signo evidente de la necesidad de que haya más manos en el terreno y no menos.
El balance final para los críticos es que el enfoque de los servicios del ecosistema es otra forma en la que la nueva conservación se ha alejado de la protección directa de especies amenazadas, incluso con la proliferación de amenazas y los descensos en las poblaciones.
¿Imposible de medir?
Si trabajas para salvar al tigre de Amur (Panthera tigris altaica) de la extinción, es relativamente fácil saber si el proyecto funciona: no hay más que contar la población y ver si desciende, aumenta o permanece estable. Una de las críticas más fuertes y persistentes a la nueva conservación es que es mucho más difícil medir el éxito o el fracaso cuando se trata de cómo ayudan realmente a la vida silvestre los servicios de los ecosistemas, los sistemas de certificación, los programas antipobreza o la colaboración con las industrias.
“[Los fondos] se han gastado durante muchos años en el enfoque de la nueva conservación sin tener resultados que se pudieran medir. Este enfoque es habitualmente solo eso: un enfoque sin objetivos claros”, dijo Payne. “El éxito y el fracaso son subjetivos”.
Los conservacionistas tradicionales te dirán que medir la biodiversidad —y no una especie en concreto— puede ser problemático, pero medir los efectos de una certificación o un programa de pagos por servicios del ecosistema sobre biodiversidad aún enturbia más las cosas. De hecho, aunque la nueva conservación se conoce desde hace décadas, los críticos dicen que los grupos han permanecido reacios a encargar investigaciones serias para ver si sus programas están a la altura del revuelo.
Suzanne Apple, vicepresidenta sénior de Participación con el Sector Privado en WWF-US, admitió que medir el éxito de forma creíble es algo en lo que podría mejorar la conservación en general, pero dijo que WWF está trabajando en ello.
“Hemos aprendido a través de la experiencia que tenemos que vincular nuestro trabajo de conservación a los números para entender mejor en qué puntos estamos progresando y dónde tendríamos que cambiar de rumbo”, dijo. “WWF ha dado pasos hacia una estrategia más clara… y hemos incorporado la medición y la evaluación a nuestros procesos de planificación”.
La falta de buena investigación sobre la eficacia de los nuevos programas de conservación significa que muchos grupos aún no saben si sus programas funcionan. Sorprendentemente, ha habido pocos estudios exhaustivos que se pregunten si las operaciones de tala certificadas por el FSC han impedido la deforestación o han protegido la biodiversidad, aunque el FSC exista desde hace casi un cuarto de siglo. No obstante, un estudio en PLOS ONE que evalúa las concesiones para tala en el Borneo Malasio descubrió que las operaciones certificadas por el FSC sí reducían la deforestación, pero solo en un 5 por ciento comparado con los bosques sin certificar. El estudio también descubrió que los bosques certificados por el FSC no tenían influencia en los brotes de incendios ni en la fragmentación de los núcleos de los bosques, indicador de la biodiversidad. Por otra parte, el estudio averiguó que, en varias mediciones, los pueblos en los bosques certificados por el FSC vivían mejor. “Los efectos reales son insignificantes… hay algunos beneficios pero no es mucho mejor que la alternativa”, concluyó Bottrill acerca de la investigación en el Borneo Malasio.
Sin embargo, otro estudio reciente en Chile descubrió que las plantaciones certificadas por el FSC reducían la deforestación en un 43 por ciento y eran mejores que otros sistemas de sostenibilidad en la zona. Aunque, incluso ahí, el objetivo era reducir la deforestación a cero, así que aunque al FSC le fue mejor en los bosques templados de Chile que en las selvas de Kalimantán, no consiguió su objetivo general.
Al mismo tiempo, Shanee de Neotropical Primate Conservation dijo que los nuevos grupos de conservación viven una “cultura de reproducir historias con superéxito” aunque no haya pruebas del éxito. “Siempre parece sorprender a todo el mundo que con todos estos excelentes esfuerzos de conservación sigan desapareciendo especies”.
Para Nel de WWF, comparar los resultados de la conservación tradicional y la nueva conservación es como comparar manzanas y naranjas por un motivo importante: el margen de tiempo. Nel apuntó que establecer zonas protegidas produce resultados rápidos, pero cuando se tienen como objetivo las causas de los problemas ambientales a través de un sistema de certificación o un programa de pagos por los servicios del ecosistema, hace falta más tiempo para saber si el trabajo tuvo éxito.
Nel dijo que, en la actualidad, la conservación necesita aprender a “jugar un partido largo” si quiere atajar las fuerzas que se esconden tras la degradación ambiental, como las industrias, los mercados y los patrones de consumo. La naturaleza misma del trabajo de WWF hoy en día significa una escala de ambición nunca vista en la conservación hace tan solo unas décadas.
“No se pueden hacer arreglos inmediatos como cuando trabajas sobre el terreno”, dijo.
¿Demasiado grandes para triunfar?
El argumento de Nel plantea esta pregunta: ¿ha superado la ambición de los grupos de conservación a sus habilidades? ¿Se ha convertido su tamaño, inflado en las últimas décadas, en una responsabilidad más que un punto fuerte? ¿O es la única forma de atajar las abundantes crisis ambientales que atraviesan las fronteras nacionales e impregnan todos los niveles de la sociedad?
Los dos peces gordos aquí son TNC y WWF, que consiguieron 949 millones de dólares y 700 millones de dólares respectivamente en 2014. WCS ingresó 253 millones, y CI, 152 ese año, lo cual las hace pequeñas en comparación con las otras dos, aunque enormes al lado de la mayoría de grupos de conservación.
TNC tiene alrededor de 3500 trabajadores y opera en más de 30 países, aunque se centra principalmente en los Estados Unidos; WWF da trabajo a 6000 personas en unos 100 países y tiene 5 millones de colaboradores en todo el mundo; WCS cuenta con 4000 empleados en todo el mundo; CI tiene a 800 empleados en 30 países. Aunque WWF y TNC son los gigantes de la conservación, a veces se ven eclipsados por otras organizaciones como United Way o the Salvation Army.
Los grupos de conservación siguen siendo los más desamparados en el mundo de las organizaciones sin ánimo de lucro, y tienen problemas que otras organizaciones centradas en el bienestar humano no tienen. Los grupos conservacionistas no solo tienen que trabajar para proteger la naturaleza, sino que también tienen que convencer a los gobiernos y la sociedad de la importancia del medioambiente y sus millones de especies. No suele hacer falta convencer a los humanos de la importancia de los humanos.
Sin embargo, los críticos dicen que la capacidad de expansión de la conservación la han hecho menos ágil, más burocrática, menos adaptable, en resumen, menos eficiente y efectiva. Hoy en día, grandes ONG conservacionistas se comprometen con programas a largo plazo, haciendo que los cambios drásticos sean casi imposibles y creando dificultades para responder a las crisis de conservación con financiamiento o experiencia, según muchas fuentes.
La gran conservación se ve obstaculizada por una jerarquía osificada que impregna la burocracia, según sus muchos críticos, que dicen que las nuevas ideas de empleados de nivel más bajo se sofocan antes de que puedan llegar más lejos, al igual que sus preocupaciones. No sé cuántas veces habré oído la historia de un nuevo trabajador que llega a un gran grupo conservacionista emocionado y entusiasmado solo para desilusionarse y frustrarse con el tiempo, y a menudo con miedo de hablar.
Todo esto ha hecho que sea casi imposible para los conservacionistas trabajadores llevar a cabo las acciones directas necesarias para salvar especies al borde de la extinción, según las fuentes. Algunos conservacionistas tradicionales incluso sugirieron que los grandes grupos podrían conseguir más si se asociaran con los principales conservacionistas, la forma en la WWF trabajó de los 60 a los 80, y después les dieran una libertad considerable.
Este es el tipo de modelo que un grupo, Wildlife Conservation Network con sede en San Francisco, ha adoptado. WCN ayuda a los conservacionistas de todo el mundo con la recaudación de fondos, la publicidad y la ampliación de su trabajo sin imponer más burocracia.
“Existimos para apoyar sus marcas, no la nuestra”, me dijo Jefe Parrish, vicepresidente de conservación de WCN y antiguo empleado de WWF. Una crítica habitual de las grandes ONG, por otra parte, es que tienden a absorber el trabajo de grupos más pequeños, e incluso a llevarse el reconocimiento por este.
Parrish apuntó que WCN pudo lanzar una iniciativa ambiciosa llamada Elephant Crisis Fund tras una discusión de tan solo un día, mientras que tomar ese tipo de decisión en una gran ONG podría llevar hasta un año. Características como la innovación, la velocidad, la agilidad y la colaboración no se encuentran fácilmente en las grandes ONG, dijo Parrish.
Aun así, ser grande no está del todo mal. WWF tiene “un poder de convocatoria enorme”, según su antiguo empleado Bottrill. Puede que les costara apoyar algo por las posibles consecuencias en su reputación, “pero cuando lo hacía, podía ser una fuerza con la que contar”, dijo. A nadie le gusta un panda enfadado.
Hay pocos expertos en la conservación, o ninguno, que no estén de acuerdo en la necesidad del tipo de cambio transformativo a gran nivel al que apuntan los gigantes de la conservación. No obstante, algunos aún cuestionan si esos grupos son la institución adecuada para llevarlo a cabo, si son realmente capaces de transformar los mercados globales y los gobiernos al nivel necesario, o si están empleando las estrategias correctas.
Una visión alternativa del futuro de la conservación podría ser la que da el famoso biólogo E.O. Wilson en la iniciativa Nature Needs Half (La naturaleza necesita la mitad), según varios contactos. La idea es que la humanidad dejaría la mitad del área del planeta para la vida silvestre y la naturaleza y se quedaría la otra mitad para cubrir las necesidades humanas. Parece una locura, pero hay que pensarlo así: la mitad de la tierra quedaría destinada a las necesidades inmediatas de una especie mientras que la otra mitad sería para los diez millones de especies restantes.
“Llevo años pensando que la gente no ha sido lo suficientemente ambiciosa, ni siquiera los conservacionistas”, dijo Wilson a la revista Smithsonian el año pasado (publicó un libro sobre esta idea el mes pasado). “La mitad de la tierra es el objetivo, pero se trata de cómo llegamos a eso y si podemos idear un sistema de paisajes silvestres al que aferrarnos. Veo cómo se forma una cadena de corredores ininterrumpidos, con giros y curvas, algunos se abren hasta ser tan amplios que pueden acomodar parques de biodiversidad nacional, un nuevo tipo de parque que no dejará que las especies se desvanezcan”.
Los partidarios dicen que si el mundo consiguiera proteger la mitad de la naturaleza (una tarea que requeriría mucha más restauración y reintroducción de vida silvestre), se avanzaría mucho, quizás todo lo necesario, hacia la preservación de los servicios de los ecosistemas que necesitan los humanos. No se solucionarían aspectos como el cambio climático o la acidificación de los océanos, aunque ayudaría, pero sostienen que la mayoría de preocupaciones ambientales desaparecerían, sobre todo la amenaza en aumento de la extinción masiva.
“En lugar de abandonar las zonas protegidas necesitamos más zonas protegidas”, dijo Weeden de la Fundación Weeden.
Weeden apoya Nature Needs Half porque, dice, “necesitamos esos objetivos… elevados”. Añadió que el objetivo es posible en muchos lugares. Según el Banco Mundial, Venezuela y Nueva Caledonia ya tenían más de la mitad de sus tierras en zonas protegidas en 2014. Bután tenía el 47 por ciento; Zambia, Namibia y Nicaragua, el 37 por ciento; Belice, más del 36 por ciento, y la República del Congo, el 35 por ciento –todos son países en desarrollo. En contraste, Estados Unidos solo ha protegido el 13,9 por ciento.
¿Sería posible que una población mundial en aumento prosperara utilizando solo la mitad del planeta y no casi todo? ¿Estaría alguien, por no decir toda la sociedad, de acuerdo con eso? Los críticos del plan han avisado de que la gran idea de Wilson podría resultar en el traslado forzoso de grupos indígenas, un problema que ha plagado la conservación desde hace más de 150 años. Sin embargo, Wilson insistió en el New York Times en que “esta propuesta no significa trasladar a nadie”.
Weeden dice que la ciencia demuestra que hay que hacer algo. “De un 15 a un 17 por ciento no es suficiente en muchas zonas para protegerlas realmente contra la caída continua de la biodiversidad. Ya sabes, los objetivos finales han sido sobre todo políticos y no se basan en la ciencia que dice que tienes que proteger un porcentaje mayor de la Tierra”.
Aun así, según los críticos, las grandes ONG prestan menos atención que nunca a los científicos, al menos a los científicos especializados en conservación y biodiversidad.
Adiós científicos
Aunque los grupos de conservación hayan crecido y tengan más dinero, sus equipos de científicos se han reducido. En 2014, WWF-US eliminó su grupo científico principal, enviando a la mitad de sus científicos a otros equipos y despidiendo al resto.
En aquel momento, Thomas Brooks, jefe de la Unidad de Ciencia y Conocimiento de la UICN, contó a Science que veía la decisión de WWF “corta de miras” y “muy malas noticias para la ciencia”.
El movimiento de WWF es el más reciente en cuanto a grandes grupos conservacionistas que abandonan al personal clave en materia científica. TNC también eliminó su programa científico central, el Natural Heritage Network, en el año 2000 al combinarlo con otra ONG para crear un grupo independiente que ahora se llama NatureServe y ya no es parte de TNC. Por su parte, CI que empezó como un grupo de ecologistas de TNC renegados que decidió montar su propio grupo, cuenta con pocos científicos conservacionistas en la actualidad, según afirman los observadores.
Este cambio no se ha dado solo en las organizaciones, también en los niveles más altos. De los cinco líderes de los mayores grupos de conservación (todos hombres, claro), dos tienen titulación en el ámbito empresarial y no científico. El director ejecutivo de WWF-US, Carter Roberts, que consiguió el puesto en 2005, tiene un máster en negocios y trabajó para Procter & Gamble y Gillete antes de adentrarse en la conservación. El director general de WWF-Internacional, Marco Lambertini, consiguió un doctorado en química y tuvo una larga carrera en la conservación antes de llegar a este trabajo. Sin embargo, es Carter quien se lleva el mérito por el giro de la organización de la vida y la tierra silvestre a las asociaciones con las empresas y la transformación ambiental de las cadenas de suministro. Mark Tercek, director ejecutivo de TNC desde 2008, pasó 25 años en el gran banco de inversión Goldman Sachs –socio corporativo de TNC.
El director ejecutivo (y cofundador) de CI, Peter Seligmann, tiene un máster en silvicultura y ciencia ambiental, pero también ha encabezado el cambio de enfoque del grupo de la biodiversidad a la nueva conservación.
La pérdida de científicos –y líderes del ámbito de la ciencia− ha tenido como resultado el fracaso de los grupos en la conservación de especies, según Payne. “Por razones que no puedo imaginar, la ciencia y el arte de la gestión de la vida silvestre básicamente murieron allá por el año 2000”, dijo.
En lugar de ciencia de conservación sobre el terreno, Payne ve “un aumento irritante” de “artilugios técnicos” y “pseudociencia”. Señala la atracción de lo grupos hacia los esfuerzos de investigación intensiva como tomar muestras de heces o de sangre de las sanguijuelas para determinar si hay especies amenazadas en una zona.
“¿Para qué?” se lamentó. “Si una especie es tan escasa como para contemplar esos métodos, probablemente las dos únicas opciones sean la acción drástica y específica… o simplemente dar por perdida la especie”.
Payne dijo que este era solo un ejemplo del síndrome prevalente de “se necesita más investigación”. Esto a menudo acompaña a ideas que implican mucha tecnología y son buenas para las relaciones públicas, pero se esfuman cuando se aplican, dijo. Eso suele llegar a expensas de formar a científicos que realmente aplican investigación de campo para salvar especies sobre el terreno.
WCS: la excepción
No obstante, hay un gran grupo de conservación que ha mantenido un cuerpo considerable de científicos conservacionistas y de campo en sus filas: WCS.
De los cuatro grandes grupos de conservación, WCS es el único cuyo director ejecutivo, Cristián Samper, tiene un doctorado en biología. Samper es un experto en ecosistemas tropicales de renombre. También es el único de los cuatro directores que no nació y creció en los Estados Unidos. Creció en Colombia y consiguió su carrera universitaria en la Universidad de los Andes en Bogotá.
Los conservacionistas me dijeron una y otra vez que WCS se diferenciaba del resto en el uso de buena ciencia y técnicas de conservación efectivas, además de mantener su atención en la vida silvestre. Como es normal, también hubo quien se quejó del grupo, pero sus quejas eran principalmente detalles más que críticas que desmonten la filosofía, el enfoque o la efectividad del grupo.
“Al final, uno tiene que volver al historial de liderazgo ambiental prolongado de WCS”, dijo recientemente a Mongabay William Laurance, científico de conservación en la Universidad de James Cook en Australia. “De los grandes grupos internacionales de conservación, han sido uno de los más efectivos”.
WCS es único en muchas cosas. Para empezar, es el más antiguo de los cuatro (fundado en 1895 como la Sociedad Zoológica de Nueva York). Además, está unido físicamente a tres zoológicos y a un acuario en la ciudad de Nueva York, lo cual según sus admiradores, les permite mantener los pies en la tierra, estar conectados con la gente y crear un sector para la conservación de una forma que los otros grupos no pueden conseguir.
WCS ha incorporado algunos elementos de la nueva conservación en sus programas con el paso de los años, pero a diferencia de los otros tres grupos, las nuevas ideas no han hecho que cambie su intención general.
“Solo queremos asegurarnos de que si un lugar o una especie no nos da un servicio específico, no se le dé menos valor. Creo que esa es nuestra distinción principal [de los otros grupos]”, me dijo Joe Walston, vicepresidente de Programas de Conservación de Campo en WCS.
El pasado otoño, WCS desplegó un nuevo plan estratégico, pero a diferencia de los muchos cambios en los grandes grupos de conservación, este sigue poniendo el énfasis en la vida silvestre. La llamada Estrategia 2020 de WCS tiene como objetivo proteger 15 regiones prioritarias en el mundo para, como dice, salvaguardar la mitad de la biodiversidad del mundo.
“No podemos fracasar en los esfuerzos de convencer a la gente de que el futuro puede ser diferente del que se transmite en el actual discurso pesimista; podemos invertir la caída de la biodiversidad”, dijo Samper a Mongabay en octubre. “Vivimos el periodo más importante para la conservación. Las presiones en la naturaleza están aumento a medida que disminuye la pobreza y crece la clase media, impulsando el consumismo, que lleva a una degradación de la naturaleza sin precedentes. Puedes ver por qué es difícil inspirar optimismo, pero es importante darse cuenta de que cuanta más gente sale de la pobreza y se traslada a las ciudades, creemos que habrá más interés e inversiones para conservar la naturaleza”.
En ese contexto, Walston dijo que las zonas protegidas son más relevantes que nunca antes, ya que ofrecen refugios seguros durante las fases de transición económica en los países en desarrollo. Aún así, en Borneo, WWF, ha sustituido la estrategia de las zonas protegidas por algo que llama “manejo sostenible”.
El corazón roto de Borneo
Borneo, uno de los lugares más biodiversos del planeta, está sufriendo una crisis ecológica. El rinoceronte de Borneo (Dicerorhinus sumatrensis harrissoni) –una subespecie de Sumatra− está al borde de la extinción; quedan menos de 2000 elefantes pigmeos de Borneo (Elephas maximus borneensis); y el orangután de Borneo (Pongo pygmaeus), distinto del gran simio de Sumatra, está pereciendo en manos de los humanos a un ritmo de 4000 al año. Se sabe mucho menos de las cientos a miles de otras especies que viven en la isla, pero sus hogares –sus bosques− están cayendo a los ritmos más rápidos del mundo.
Han pasado seis años desde que visité Borneo y oí hablar del proyecto trascendental de WWF allí. ¿Qué ha conseguido el pregonado programa “Corazón de Borneo” desde entonces?
En 2014, WWF publicó un informe de estado del programa. Descubrió que la conversión de los bosques para palma de aceite, madera o minería “sigue sucediendo a niveles bastante elevados” en el “Corazón de Borneo”, incluso estando esta región mucho menos amenazada que las áreas en el exterior.
Los detalles del programa eran una mezcla de cosas. Por ejemplo, el informe descubrió que el “Corazón de Borneo” seguía perdiendo sus bosques a un ritmo anual del 2,19 por ciento. Aunque es una cifra increíblemente alta, sigue siendo menos de la mitad de la tasa de deforestación para el conjunto de la isla. Tristemente, sin embargo, el informe reveló que las tasas de deforestación “son demasiado altas para poder conseguir los objetivos de conservación” para la selva baja, el bosque brezal y “muchos de los otros ecosistemas”. Lamentablemente, el programa ya había fracasado en su objetivo en los bosques brezal: en el 2012 solo quedaba un 25 por ciento a pesar de que el objetivo era mantener del 61 al 80 por ciento.
“No creo que el Corazón de Borneo haya conseguido nada aún sobre el terreno”, me dijo Erik Meijaard, ecologista y director de la ONG radicada en Brunéi, Borneo Futures. Eso a pesar de que han pasado diez años desde que las tres naciones de Borneo –Malasia, Brunéi e Indonesia− se comprometieran a salvaguardar el “Corazón de Borneo”.
El objetivo de WWF nunca fue el de proteger el Corazón de Borneo en un gran parque, sino crear lo que se llama un paisaje manejado de forma sostenible. Para el año 2012, el 58 por ciento del Corazón de Borneo estaba gestionado por la industria. Las plantaciones de palma de aceite y madera cubrían un 9 por ciento, la minería un 18 por ciento y las concesiones para tala casi un tercio.
Aun así, en el mismo año, solo el 20 por ciento de las concesiones de tala en el Corazón de Borneo contaban con certificados ambientales y ni una sola plantación de palma aceitera había conseguido certificación de RSPO.
“Si la gestión sostenible de los bosques en el Corazón de Borneo es el objetivo, habría esperado que al menos hubiera algún cambio en la planificación del uso de la tierra, pero hasta ahora no lo he visto”, dijo Meijaard.
Henry Chan, líder de WWF en el Corazón de Boreno, defendió el programa y me dijo que ha hecho “muchos progresos”. Apuntó a las nuevas áreas de conservación, entre ellas los parques transfronterizos entre Malasia e Indonesia (el 12,6 por ciento del Corazón de Borneo está protegido). También dijo que cada vez se certifican más bosques con el sello del FSC. Por último, Chan señaló los programas para ayudar al elefante y al rinoceronte de Borneo.
Sin embargo, en el caso del rinoceronte, solo unos 15 ejemplares sobreviven en la naturaleza de Borneo, a pesar del objetivo original de WWF de proteger de 50 a 220. Además, WWF ha recibido intensas críticas por su gestión de los rinocerontes salvajes, como la publicación de la población en 2013 (que los críticos dijeron que atraería a más furtivos) y la muerte reciente de una hembra que estaba a cargo del personal de WWF.
De todos modos, el Corazón de Borneo nunca fue de verdad una creación de WWF, según Chan. “La iniciativa siempre la han llevado los tres gobiernos”, dijo. Aunque el único paso valiente que ha dado un gobierno hasta hoy ha sido el que dio Brunéi, que cubre solo un uno por ciento de la isla, al convertir todos sus bosques de producción en zonas de conservación.
Mientras que WWF podría querer distanciarse del programa y, acertadamente, poner la presión en los gobiernos, eso no cambia el hecho de que el programa Corazón de Borneo sigue siendo la misión insignia de WWF en la isla. Según Chan, WWF es el “socio más proactivo” de los gobiernos.
En un artículo de 2015 en Nature Communications, los científicos comparaban el resultado probable de varios escenarios de conservación en Borneo. Si Corazón de Borneo se implementara al completo alguna vez, según el artículo, mantendría aproximadamente la mitad de los bosques de la isla en pie. Sin embargo, muchos de estos bosques se talarían y la mayor parte del hábitat de orangutanes y elefantes quedaría completamente desprotegido.
Un mejor camino hacia adelante, según el artículo, sería la colaboración entre los tres países para conseguir políticas específicas y objetivos de biodiversidad, entre ellos la conservación de cada tipo principal de vegetación. En otras palabras, un enfoque que considere la isla al completo y no solo las zonas altas menos amenazadas que caracterizan al Corazón de Borneo.
Marc Ancrenaz, coautor del artículo y jefe de la ONG local HUTAN me dijo que Corazón de Borneo era una “estrategia excelente para recaudar fondos y para la autopromoción”, pero que el éxito del programa dependía de acciones completamente voluntarias de los gobiernos. “En resumen, ¡es una herramienta potencialmente muy interesante pero sin dientes!”.
Aquí vuelve a surgir una de las críticas habituales a muchas estrategias de la nueva conservación: aunque suelen ser ambiciosas e inclusivas, los críticos afirman que la falta de cumplimiento y seguimiento suele acabar en fracaso.
Cynthia Ong, fundadora y directora ejecutiva de la organización LEAP (Land Empowerment Animals People), radicada en Malasia, tiene una visión algo más positiva sobre el programa.
“Ha conseguido alentar a los gobiernos estatales en la isla de Borneo para que se unan en la zona central de Borneo”, dijo. “Prefiero lo positivo de algo y construir desde ahí en lugar de quedarme con lo negativo”, añadió
Aun así, Ong piensa que WWF podría haber tomado el enfoque equivocado desde el principio de proyecto. “Yo habría diseñado Corazón de Borneo como un movimiento que se organiza a sí mismo, más que como un programa que hay que gestionar”, dijo, apuntando que dado el mero tamaño del plan, la “‘gestión’ siempre será una tarea imposible”.
Las cosas empeoraron en el Corazón de Borneo y en toda la isla el año pasado. Cada estación seca, los agricultores locales y las empresas queman bosques en Indonesia para acabar con la vegetación porque el fuego es barato. La estación de quema del año pasado fue una de las peores que se recuerdan: 2,1 millones de hectáreas (más de 8000 millas cuadradas), un área del tamaño de Nueva Jersey, se vieron reducidas a cenizas.
“Con el mayor desastre ambiental del siglo XXI sucediendo mientras hablamos, Corazón de Borneo claramente no ha hecho lo suficiente”, dijo Meijaard.
Según los críticos, parece que WWF ha perdido su camino en relación con el Corazón de Borneo. Quizás el plan era demasiado grandioso para triunfar. Quizás centrarse en influir a las empresas poderosas y arraigadas entre bastidores con influencias fue una trampa. O quizás WWF simplemente se preocupó más de vender la idea a los gobiernos y los donantes que de implementarla. Sea como sea, el Corazón de Borneo parece necesitar un apoyo vital.
Aunque es difícil encontrar buenos análisis de muchos de los principales programas de gran conservación del mundo, el Corazón de Borneo no parece ser un caso aislado. Un informe de 2015 de USAID sobre un proyecto de WWF que fundó llamado Conservación y Adaptación en los Paisajes y Comunidades de las Altas Montañas de Asia (AHM) develó profundas muestras de mala gestión. Como Corazón de Borneo, AHM es un programa enorme y transnacional. Su objetivo es ayudar a las comunidades en los territorios del leopardo de las nieves (Panthera uncial) mediante el trabajo con ellos en asuntos relacionados con el agua, el cambio climático y la utilización de recursos.
Según el informe, el programa “necesita reiniciarse urgentemente”. Critica el AHM por no haber conseguido instalar oficinas locales de WWF en los seis países involucrados, por haber ignorado completamente otros programas de conservación del leopardo de las nieves y por realizar microgestión desde Washington D.C.
USAID calificó a WWF con un insuficiente en gestión y otro en comunicación e intercambio de información. También advirtió de que los problemas con el financiamiento empezaban a erosionar la eficacia y credibilidad del proyecto.
WWF no es el único grupo con problemas en alguno de sus programas. Uno de los ejemplos recientes más notorios es el trabajo de CI para mejorar la biodiversidad marina colaborando con comunidades locales en Milne Bay, en Papúa Nueva Guinea, en 2006. El Programa de Desarrollo de la ONU descubrió que CI había realizado una mala gestión de su presupuesto de 6 millones de dólares que hizo que sus fondos se acabaran un año antes (CI lo negó). La relación del grupo con los habitantes locales demostró ser igual de caótica: ignoraron al gobernador local en sus preocupaciones fiscales y acusaciones de elitismo y arrogancia. En un momento determinado, ordenó que todos los empleados de CI salieran de la zona e incluso les negó el acceso a sus oficinas.
Obviamente, eso no significa que todos los proyectos de nueva conservación fracasen en los grandes grupos como WWF, CI o TNC. Sin embargo, las críticas, al menos anecdóticamente, han implicado repetidamente que la nueva conservación se ha enfrentado a pruebas más difíciles y ha tenido en general menos éxito que los programas que tenían un enfoque más tradicional y un conjunto de objetivos más claro, como el de proteger determinada fuente de agua o impulsar la población de determinado animal. Los críticos también defendieron que los grupos pequeños suelen tener un mejor historial porque tienen más conocimiento de las comunidades locales y son más conscientes de los problemas que podrían impedir el éxito.
¿Tregua?
“No es tensión, es desconcierto”, dijo Paul Salaman, director ejecutivo de Rainforest Trust, cuando le pregunté por la tensión entre los tradicionalistas y los nuevos conservacionistas. Rainforest Trust practica en gran medida la conservación tradicional estableciendo áreas protegidas en países tropicales tanto grandes como pequeños.
“De verdad, entiendo que queramos observar estrategias diferentes”, dijo, pero la nueva conservación “no está centrándose realmente en ayudar a la vida silvestre que necesita ayuda, eso desde luego no es de gran ayuda para la conservación internacional. Creo que, por desgracia, como mucho ha sido una distracción”.
Hay otros que creen que la verdadera distracción es toda esta discusión de la nueva conservación contra la tradicional.
“[El debate] ha desviado la atención de asuntos mucho más importantes y parte de eso se debe a que los problemas a los que nos enfrentamos… son tan grandes que no podemos permitirnos perder el tiempo preocupándonos por si una organización está utilizando el enfoque correcto”, dijo Turner de CI.
Andrew Terry, jefe de programas de conservación en el Durrell Wildlife Conservation Trust, una organización de conservación tradicional centrada en salvar especies en grave peligro de extinción, concuerda en que el debate en sí se ha convertido en algo problemático.
“Implica una escisión dentro del campo de la conservación. Personalmente, creo que esta distinción es ligeramente falsa y nos distrae de las discusiones reales de la conservación”.
Comparó a los mejores conservacionistas con urracas dispuestas a aplicar cualquier herramienta en varios ámbitos, básicamente tomando una actitud de “hacer lo que sea necesario”.
“Esto es lo que hace que la conservación se emocionante y relevante”, apuntó. “Al mismo tiempo, tenemos que asegurarnos de que esto no sucede a expensas de enfoques probados y con eficacia demostrada, y que mantienen su lugar en esta caja de herramientas en crecimiento”.
La naturaleza mordaz del debate se ha apagado un poco en los últimos años, quizás por puro cansancio. Los nuevos conservacionistas no han tardado en decir que nunca quisieron menospreciar el trabajo que los ha precedido o negar que hayan dicho que los parques no importan. Por su parte, los tradicionalistas están utilizando “nuevos” métodos en su trabajo poco a poco si les parecen útiles en una situación concreta. A veces admiten que los objetivos de ambas filosofías son en general los mismos, aunque los dos bandos tomen rutas diferentes para llegar a la meta.
Aunque el debate sobre la nueva conservación y la tradicional se esté enfriando, las críticas a las principales ONG de conservación por su aparente torpeza, burocracia e inefectividad no lo están haciendo.
El trabajo en la conservación nunca ha sido fácil y con las crecientes amenazas ambientales globalizadas, la situación no ha hecho más que empeorar. Los conservacionistas a menudo tienen que navegar entre el escepticismo local, los gobiernos contradictorios, la animosidad de las empresas y la competencia con otras ONG. Tienen que batallar contra filosofías políticas que amenazan al medioambiente no solo como algo que debería ser valorado y protegido, sino simplemente como un obstáculo para un crecimiento económico sin fin. Tienen que convencer a una especie inherentemente corta de miras, el homo sapiens, de que piense a largo plazo, que piense en las generaciones que habrá mucho tiempo después de que se haya ido. Es una batalla cuesta arriba, lluviosa y embarrada que se libra todos los días.
“Es fácil desanimarse y pensar ‘Dios, ¿sabes qué? Preferiría ser contable’”, dijo Salaman. Aunque añadió que cuando ve las especies a las que ha ayudado su grupo siente que está “haciendo algo”.
En efecto, cada día miles de conservacionistas se levantan en todo el mundo y dedican la mayoría de su tiempo a una causa que puede ser debilitante, frustrante, desafiante, y que, desde luego, no compensa mucho económicamente. Se enfrentan a la extinción en masa, un Armageddon ecológico para nuestros hijos, con recursos limitados. Por eso, su interés en el enfoque y la eficacia no solo es comprensible, sino vital. No hay ningún conservacionista en el planeta que piense: “Sí, estamos haciendo suficiente”.
Aún podemos preguntarnos: ¿lo que estamos hacienda funciona? ¿Estamos cambiando corazones y mentes? ¿Estamos luchando por lo correcto? ¿Habrá especies vivas el día de mañana que no lo estarían si no fuera por nosotros? ¿O hemos perdido nuestro camino, nos hemos desviado en algún sitio, y tenemos que volver a donde estábamos? Después de todo, la vida está en juego.
Citas
- Coetzee, B.W.T., Gaston, K.J., Chown, S.L. (2014). Local Scale Comparisons of Biodiversity as a Test for Global Protected Area Ecological Performance: A Meta-Analysis. PLoS ONE 9(8): e105824.
- Heilmayr, R. and Lambin, E. (2016). Impacts of non-state, market-driven governance on Chilean forests. Proceedings of the National Academy of Sciences 113(11): 2910-2915.
- Jacquet, J. (2015). Is Shame Necessary?: New Uses for an Old Tool. Pantheon.
- MacDonald, C. (2008). Green, Inc.: An Environmental Insider Reveals How a Good Cause Has Gone Bad. The Lyons Press.
- Marvier, M. (2014). New conservation is true conservation. Conservation Biology 28(1): 1-3.
- Runting, R. K., Meijaard, E., Abram, N. K., et al. (2015). Alternative futures for Borneo show the value of integrating economic and conservation targets across borders. Nature communications
- Taylor, G.F. and Swaminathan, H.K. (2015). Ghosts of the Mountains, Guardians of the Headwaters and the Global Snow Leopard & Ecosystem Protected Program (GSLEP): Final Report. USAID: Washington, D.C., USA.
- Wilson, E.O. (2016). Half-Earth: Our Planet’s Fight for Life. Liveright Publishing Corporation
- Wulffraat, S. (2014). The Environmental Status of the Heart of Borneo. WWF’s HoB Initiative.