- Argentina pierde anualmente el 34 % de sus colmenas de Apis melíferas. Sin embargo, habitantes del Chaco han encontrado en la producción de miel orgánica una salida rentable para conservar las poblaciones de abejas.
- A la comercialización de la miel orgánica se ha sumado el rescate de los nidos de las abejas nativas que se perdían por la actividad forestal.
En la localidad chaqueña de Pampa del Indio, 220 km al norte de la ciudad de Resistencia, decenas de familias encontraron en la miel de abeja una oportunidad para mejorar sus ingresos sin tumbar el bosque.
“Las abejas estuvieron aquí antes que mis tatarabuelos”, dice Silvia Godoy, dirigente de la etnia Qom, enfatizando la presencia histórica de este insecto en el Gran Chaco.
Los antepasados de Silvia Godoy, población originaria del norte Argentino, extraían la miel conforme a sus necesidades, priorizando la conservación del bosque. Echar abajo los árboles no era una opción. “Hacían una ventanita en el tronco y todos los años sacaban del mismo palo”, relata.
Los habitantes de los parajes chaqueños, colindantes al Parque Provincial Pampa del Indio o al Parque Nacional El Impenetrable, saben que algarrobos (Prosopis alba), quebrachos colorados (Schinopsis balansae), mistoles (Zizyphus mistol) y garabatos (Acacia praecox) —especies nativas del monte bajo— son los principales refugios de las abejas. Con ese conocimiento heredado, Godoy y una decena de vecinos se lanzaron a producir miel una década atrás. A modo de prueba y error, apoyándose en el saber empírico, generaron una cantidad útil para el autoconsumo de la población. Poco a poco, con el apoyo técnico de asesores del gobierno provincial, mejoraron los niveles de elaboración y lograron ampliar la distribución de sus productos a otros círculos.
Recuerda con rubor que le temblaban las piernas en las primeras visitas de compradores. “Nos costaba vender, nos tardó algunos años dar ese paso. Quién diría que hoy hay una demanda grande por la miel”, dice la dirigente indígena. No sólo los vecinos próximos se interesan en la miel orgánica de la abeja obrera o Apis melífera, cuyo valor promedio bordea los 250 pesos argentinos (3 dólares) por kilo. En las zonas urbanas de la región se valora que estos productos provengan de los bosques nativos. Por ello, la distribución alcanza a distintos distritos de la provincia.
Silvia Godoy encabeza la filial de la Unión de Pequeños Productores del Chaco (Unprepoch) y forma parte de la Cooperativa Apícola en Pampa del Indio. Algunos asociados, y sus familias, pueden llegar a trabajar hasta 500 hectáreas de bosque.
Más de 30 productores locales de esta organización comercializan miel en distintas presentaciones. Las ventas van desde envases personales a tambores (barriles de 300 kilos). “Según las condiciones climatológicas, un cajón de colmenas puede producir hasta 10 kilos. En nuestra cooperativa, hay socios que tienen entre 10 y 200 cajones”, sostiene la productora.
Para el Plan Apícola de la Provincia de Chaco, toda actividad productiva que no altere el ecosistema del bosque chaqueño, tan golpeado por la actividad industrial, se considera de gran importancia. “Es fundamental poner en valor este recurso, el néctar y el polen de los árboles que se encuentran en pie, ya que puede generar oportunidades a las comunidades. Es la única manera de lograr un uso sustentable del monte”, dice Pablo Chipulina, coordinador del Plan Apícola.
Las comunidades apicultoras resaltan también la urgencia de fomentar la reproducción de las abejas para contrarrestar la disminución poblacional. Además de la producción de miel, estos insectos son esenciales para el ecosistema por la polinización, de la cual dependen muchos cultivos agrícolas.
“El 35 % de los alimentos que consumimos dependen de la polinización. Las abejas del Chaco tienen vínculos muy estrechos con la fauna y flora nativa. La cultura extractiva del hombre es la principal amenaza en el Chaco. Se continúan sacando los árboles donde anidan”, menciona Gerardo Gennari, especialista apícola e investigador del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).
Según un estudio publicado en 2018 por la Sociedad Latinoamericana de Investigación en Abejas (Solatina), Argentina pierde anualmente el 34 % de colmenas de Apis melíferas. En sus investigaciones, Marcelo Aizen, biólogo y docente de la Universidad Nacional de Comahue (Neuquén, Argentina), enfatiza que el modelo agrícola basado en la exportación de soja causa un impacto importante sobre la diversidad de insectos y en la reproducción de plantas. Otro agravante, referido por Chipulina, es el uso de biocidas en los campos.
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Un cambio de conciencia
Al igual que en Pampa del Indio, en la localidad chaqueña de El Espinillo, la producción de miel de Apis melífera ha tenido un fuerte impulso en los últimos años. Se instalaron 200 colmenas y se habilitó una sala de extracción equipada para la cosecha de la miel.
Las primeras 14 familias productoras cosecharon, el año pasado, siete tambores de miel. Un ingreso que superó los 200 mil pesos (3300 dólares del momento). Para este año se espera duplicar o triplicar la producción. “Ahora los pobladores me dicen ‘no vamos a cortar ni un árbol más. ¡Mira cómo están las abejas en ese algarrobo!’ El concepto del algarrobo en pie genera un plus para la comunidad”, dice Chipulina.
Trabajar con las poblaciones asentadas en los alrededores de áreas verdes protegidas es una prioridad para la Administración de Parques Nacionales (APN). Son los productores locales y los vecinos del bosque quienes deben permanecer en la primera línea de defensa del ecosistema. Eso lo tiene interiorizado Rodolfo Burkart, ingeniero agrónomo y asesor de APN. El especialista destaca los beneficios de esta práctica.
“La apicultura es una actividad que prácticamente no altera el medio natural, sino que aprovecha el trabajo de las abejas. El recojo del néctar es una actividad armónica en la conservación de especies en los corredores ecológicos”, sostiene.
En la mayoría de estas localidades, los habitantes dedican sus días a las tareas de agricultura familiar y la ganadería de monte. Burkart refiere que la apicultura se suma como “una actividad que disminuye la presión del bosque” a diferencia de otras actividades productivas como la fabricación de carbón vegetal.
Esta iniciativa, supervisada por APN y gobiernos locales, promueve políticas de conservación de grandes áreas verdes. Por ejemplo, los programas apícolas que se desarrollan en El Espinillo —en pleno Chaco Húmedo— comprenden aproximadamente 150 mil hectáreas de bosque nativo.
El entusiasmo de la población y los buenos resultados de los productores activos motivaron dar un paso adicional en el plan apícola. Bajo el eslogan “Mieles para Conservar”, el programa Corredores Rurales y Biodiversidad —con el apoyo del Fondo para el Medio Ambiente Mundial— lanzaron hace dos años un proyecto de conservación que apunta a recuperar las poblaciones de abeja melipona o nativa, de esta región boscosa, a través de la producción de miel.
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El rescate de los nidos
En los cinco aserraderos de Pampa del Indio se acumulan gruesos y largos troncos de quebrachos y algarrobos, cortados simétricamente en los bosques de la zona. Ahí serán convertidos en tablas que luego irán a parar a carpinterías y ebanisterías.
Hasta hace poco, nadie reparaba en que muchos pedazos de árboles llegaban a los talleres con nidos de abejas meliponas en sus raíces o en la base de los robustos troncos. Su detección y rescate fue el primer paso en esta cadena de conservación. “Prácticamente se estaban perdiendo por ese tipo de prácticas y el descuido que había”, manifiesta Godoy.
Por esos días, los técnicos se preguntaban cómo generar un stock de colonias para realizar una actividad productiva teniendo en cuenta la explotación del Gran Chaco. La revelación de los aserraderos dio solución a este problema. Así nació el plan de rescate de las abejas nativas. Chipulina, junto con otros técnicos del programa, se puso en contacto con empresarios vinculados a la actividad forestal para que les permitan recuperar los nidos.
“Fue una experiencia maravillosa empezar a ir a los aserraderos y pedir que nos guarden ese pedacito donde están las abejas para cambiarlos al cajón”, narra Silvia Godoy.
Antes del programa, entre los pobladores locales era recurrente consumir la miel de las meliponas y tirar los nidos, desperdiciando la colonia. Entonces, la estrategia que se planteó para la supervivencia de la especie y la multiplicación de las colonias fue el uso de cajones racionales.
Una vez recuperadas, las colonias son depositadas en cajones que permitirán un manejo adecuado. “La idea es que se pueda aprovechar la miel, pero racionalmente”, dice Chipulina.
Los productores locales rápidamente incorporaron las nuevas metodologías, aprendidas en las capacitaciones. “Cuando empezamos a trabajar en cajones vimos que es más práctico, más fácil y tienes mayor capacidad de cosecha. No tocas a la abeja, sino la ayudas a conservar dentro de los cajones, como en su propio hábitat”, acota la dirigente qom.
Se trabaja con cuidado. Saben que la melipona, llamada por las comunidades indígenas ‘yateí’ o ‘rubiecita’ (Tetragonisca fiebrigi) y también su variante ‘negrita’ (Scaptotrigona Jujuyensis), tiene características que la hacen especial. Desde tiempos remotos, los locales usan la miel por sus propiedades medicinales en afecciones respiratorias, problemas de vista o heridas de piel.
Es más pequeña que la apis y no tiene aguijón. No pica. Esa particularidad, y la llamativa geometría de sus nidos, hace que muchas personas de las grandes urbes quieran tener una colmena en sus domicilios. Podrían estar en cualquier patio de casa, lo cual impactaría negativamente en el stock natural del monte. Para Chipulina este hecho es una amenaza creciente. “Nuestra idea es resguardar este recurso y obtener un stock que permita a los productores locales hacer un uso sustentable. Estas colmenas no son souvenirs que te puedes llevar a Buenos Aires”, refiere.
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Expectativas promisorias
Para extender la cría de meliponas, el Programa trabaja con otras poblaciones ubicadas en los corredores ecológicos del Gran Chaco. Valorizar la reproducción de estas abejas ayudará a la conservación del ambiente, preservando fragmentos de bosque nativo ante las amenazas de la frontera agropecuaria.
Además de Pampa del Indio, el rescate de la abeja nativa se realiza en Miraflores, una localidad inmersa en el Impenetrable chaqueño. Cerca de 300 cajones ya se cuentan entre ambos centros. Habiendo partido de cero, Chipulina considera que es un avance importante para el año y medio del programa. Más aún si estos cajones se nutren principalmente de los nidos recuperados en los aserraderos. “No hacemos captura de enjambres. Nuestro foco está en rescatar los nidos a punto de perderse”, anota el especialista.
Silvia Godoy transitó los meses de capacitación con entusiasmo. Los cuidados al maniobrar los cajones, las recomendaciones de una indumentaria apropiada, la higiene para no contaminar la miel, fueron algunos conocimientos que incorporó para mejorar su producción. Eso sí, le sorprendió la convocatoria que tuvo en la comunidad. “Pensamos que no les iba a interesar, pero hubo una gran respuesta. Algunos hasta me reclaman por qué no los invite”, cuenta.
Ahora, aguarda con expectativa el momento de comercializar la miel de melipona. Debido a que estas colmenas producen menos, se ofrecerá en presentaciones más pequeñas. Ensayan con envases de 100 gramos. Eso sí, el precio en el mercado es superior a la miel producida por las apis.
Los primeros comentarios, de los vecinos que han probado la miel, son auspiciosos. El año pasado consiguieron la acreditación para la comercialización de la miel de la ‘rubiecita’. Ahora, para formalizar la distribución de la miel de la ‘negrita’, necesitan conseguir los permisos de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT). Debido a las restricciones dadas por la pandemia del Covid-19, la acreditación sigue en curso. “Este programa busca generar una marca que ponga en valor el recurso”, apunta Chipulina.
Burkart, agrónomo y asesor de Parques Nacionales, subraya que la miel de estos programas, tanto de apis como nativa, tiene un mayor valor en el mercado por estar libre de agroquímicos. “Es miel originaria del monte natural. Eso vuelve competitivos a los productores en el mercado y les da un plus de calidad”, señala.
El compromiso de productores locales, como Silvia Godoy, asegurará la defensa del bosque, pues hoy representa su medio de vida. “Vivimos de los recursos que nos da el monte. A las abejas las veíamos, pero no sabíamos cómo trabajarlas. Hemos avanzado”, dice la dirigente Qom, confiada en que esta historia tenga un dulce devenir.
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