- Las ideas impulsadas bajo una nueva filosofía en la conservación, que se centran en el servicio que ofrece la naturaleza a la humanidad, merecen ser probadas y escuchadas de forma justa, escribe Hance, pero también deben ser controlada de forma continua.
- Del mismo modo, Hance escribe que los grupos de conservación más grandes, que han acogido la nueva filosofía, han conseguido logros importantes en los últimos años. Sin embargo, la insatisfacción generalizada frente a sus métodos en la comunidad de la conservación significa que ellos también merecen que se les cuestione.
- Conservación Dividida es una serie exhaustiva de cuatro partes que investiga cómo ha cambiado la conservación en los últimos 30 años y los desafíos a los que se enfrenta en un futuro incierto. Hace completó la serie en ocho meses. Los artículos originales en inglés se publicaron entre el 26 de abril y el 17 de mayo.
Treinta años no es mucho tiempo en la historia del mundo, pero en ese tiempo pueden cambiar muchas cosas. Hace treinta años la Unión Soviética todavía existía, la población humana era de dos mil millones menos de personas que en la actualidad, y Plutón todavía era un planeta. La temperatura en la Tierra era significativamente más fresca, y era hogar de sapos dorados, baijis y gorriones costeros oscuros.
Aunque los conservacionistas de hoy siguen trabajando para frenar la marea de extinciones, el sector también ha cambiado mucho en los últimos 30 años. Hemos visto cómo algunos de los grandes grupos crecían aún más, se hacían más ricos y más globales. Hemos visto un cambio de mentalidad en general en cuanto a cómo los conservacionistas trabajan con la gente que vive cerca de los ecosistemas que quieren proteger. Hemos visto un aumento de nuevas ideas y métodos, muchos de ellos pertenecientes a una filosofía conocida como nueva conservación.
“La conservación progresista protege los hábitats naturales en los que hay personas que viven y extraen recursos, y trabaja con empresas para encontrar mezclas de actividades económicas y de conservación que combinen el desarrollo con la preocupación por la naturaleza”, escriben Peter Kareiva y Michelle Marvier en una de las descripciones más sucintas de la nueva conservación hasta la fecha, que apareció en Bioscience en 2012. Kareiva, considerado uno de los principales defensores de las ideas de la nueva conservación, es en la actualidad Presidente del Gabinete de Ciencia en the Nature Conservancy (TNC) y director del Instituto de Medioambiente y Sostenibilidad en UCLA, y Marvier es profesora en la Universidad de Santa Clara y miembro del Breakthrough Institute, un grupo de reflexión que ha ayudado a divulgar nuevas ideas de conservación.
Mi serie de cuatro partes, Conservación Dividida, observa la conservación actual de forma crítica, especialmente ese joven paradigma, cada vez más dominante, y sus puntos de fricción con las prácticas y la filosofía de la conservación tradicional. También examina a los grandes grupos que representan la cara de la conservación en el mundo: el Fondo Mundial por la Naturaleza (WWF), Conservación Internacional (CI), la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS) y TNC.
Dos conservacionistas de CI utilizaron exactamente las mismas palabras cuando me describieron el debate entre la nueva conservación y la tradicional. Es una “falsa dicotomía”, me dijeron. Hay algo de verdad en todo esto: los nuevos conservacionistas y los tradicionalistas quieren lo mismo. Quieren un mundo rico en especies y bienestar humano, y se podrían utilizar varias herramientas de cada filosofía en tándem.
Por otra parte, tachar el debate de falsa dicotomía es una buena forma de callar la discusión, de decir que la otra persona ve una división que no existe en absoluto. Boom. No hay problema. No hay nada que discutir. Todo está bien. Sigamos adelante.
Muchos otros conservacionistas experimentados con los que hablé para la serie me dijeron que no quieren avanzar. Quieren saber varias cosas: ¿Qué efectividad ha tenido la nueva conservación hasta ahora? ¿Mejoran de verdad los sistemas de certificación que promueve la situación de la vida silvestre sobre el terreno? ¿Han valido el tiempo, esfuerzo y dinero que se ha gastado? ¿Por qué ha hecho falta tanto tiempo para que los proyectos de pago por los servicios del ecosistema ganen impulso? ¿Cambiarán el mundo, como anuncian? ¿Dónde están las pruebas de que asociarse con algunas de las empresas más dañinas para el medioambiente produzca beneficios para la conservación –más allá claro, de las donaciones para los grandes grupos de conservación? ¿Puede la conservación triunfar si no está dispuesta a cuestionarse el capitalismo como se practica hoy en día o criticar el poder de las empresas multinacionales? Esas fuentes siguen siendo escépticas.
Para que la nueva conservación avance con más apoyo y credibilidad en el sector, sus defensores tendrán que demostrar que puede beneficiar no solo a las personas, sino también a la biodiversidad –que puede está a la altura de todo el alboroto que ha creado −que ha sido considerable. También tendrán que enfrentarse al hecho de que se haya acogido, sin cuestionársela, la filosofía del capitalismo neoliberal (un sistema económico al que muchos culpan de nuestra crisis actual de calentamiento global) y su forma de promocionar la colaboración con algunas de las peores empresas del mundo.
Los nuevos conservacionistas me dijeron que esas colaboraciones ayudan a los grupos de conservación a mejorar las operaciones de las empresas desde el interior. El resultado ha sido que los grupos (de forma justa o injusta) se han visto dañados por asociación a ojos de sus colegas y, posiblemente, a una porción de la sociedad.
He oído incluso reacciones más fuertes ante el tema de la gran conservación. Una y otra vez mientras investigaba para esta serie (y durante casi una década como periodista ambiental) me encontré con fuentes frustradas por lo que percibían como torpeza e inefectividad por parte de los grupos de conservación más grandes del mundo.
“Grande no es malo por definición ni pequeño es automáticamente bueno. Ambos tienen un papel en el movimiento de la conservación”, dijo Russell Mittermeier, vicepresidente ejecutivo de CI y antiguo presidente, y renombrado científico especialista en la conservación de los bosques tropicales.
Es absolutamente cierto. Hay cosas que solo los grandes grupos de conservación pueden conseguir. Pueden trabajar a escala mundial en lugar de local, lo cual a menudo les da un sillón en la mesa de las negociaciones internacionales y más influencia, con suerte beneficiosa, sobre los gobiernos. No se puede negar que la gran conservación haya conseguido algunas victorias importantes en las últimas décadas, como proteger amplias zonas del Amazonas bajo el programa ARPA for Life (Áreas Protegidas de la Amazonía) y ayudar a inclinar la balanza para conseguir nuevas zonas marinas protegidas.
Al mismo tiempo, la gran conservación necesita que la empujen. Nosotros –es decir, no solo la comunidad de la conservación, sino la sociedad y los periodistas− deberíamos preguntarnos de forma más habitual y más pública: ¿Están utilizando la estrategia adecuada? ¿Tienen éxito sus programas? ¿Respetan sus compañeros a su grupo? ¿Están dando a sus socios, a menudo más pequeños y menos conocidos, el reconocimiento que merecen? ¿Están escuchando las preocupaciones o simplemente espantándolas como moscas?
A causa de su tamaño y su alcance, grupos WWF, CI, TNC y WCS han acabado por representar a la conservación ante la sociedad en general y solo por esa razón merecen un escrutinio especial. También merecen supervisión porque muchos conservacionistas sienten que han decepcionado al movimiento de varias formas. Algunos lo dirán abiertamente, pero muchos, muchos otros lo harán en privado. La insatisfacción con las mayores ONG de conservación es un secreto a voces en la comunidad de la conservación.
Aun así es difícil hacer que la gran conservación escuche. Estas grandes organizaciones se han visto influidas por el sector privado y la filosofía neoliberal durante décadas, han adoptado una estructura cada vez más parecida a la de las empresas y se han convertido en expertas en evitar las críticas, como ellos. Sus comunicados de prensa, que convencerían a un misántropo de que amara a las personas, pueden hacer que cualquier cosa suene como un éxito rotundo, incluso si la realidad es más compleja. También tienen tendencia a alejarse de cualquier posible polémica, eligen la seguridad del silencio por encima de dar la cara ante ciertos asuntos difíciles. Se puede oír el habitual canto de un grillo cuando se mencionan temas como la sobrepoblación o el consumismo.
De hecho, algo más de transparencia ayudaría a su causa. Los conservacionistas han aceptado una tarea monumental, complicada y estremecedoramente difícil. Está bien admitirlo de vez en cuando.
Al final, puede que esos grupos aún tengan que plantearse la pregunta más difícil de responder: ¿Qué es más importante, la misión de la conservación o la marca? ¿Arriesgarían su marca por salvar la misión?
En medio de todo esto, algunos conservacionistas intentan tender un puente que una la brecha que ha creado el rencor que la nueva conservación y la tradicional sienten la una hacia la otra. A finales de 2014, una de las científicas principales de TNC, Heather Tallis, y la importante científica marina y antigua líder de la Administración Nacional Oceanográfica y Atmosférica de los EE.UU., Jane Lubchenco, intentaron impulsar una tregua entre la nueva conservación y la tradicional.
“Las organizaciones y científicos especializados en la conservación pueden adoptar todos los agentes plausibles para la conservación, desde empresas a agencias gubernamentales, organizaciones religiosas y personas interesadas, y avanzar en los esfuerzos cuando puedan beneficiar a las personas y cuando no haya un objetivo obviamente centrado en los humanos”, escribieron en una crónica en Nature firmada por 240 conservacionistas más.
Además de pedir lo que han llamado una “conservación inclusiva”, apuntaron que el sector necesitaba más diversidad en cuestión de género y cultura. Fue un intento verdaderamente noble con el que era difícil no estar de acuerdo.
“¿Por qué no podemos acoger una cultura en la que premie el ‘y’ y no el ‘pero’?”, me preguntó Jefe Parrish, vicepresidente de conservación en la ONG radicada en San Francisco, Wildlife Conservation Network. “Hay algunos lugares y momentos en los que los enfoques puristas de la conservación son necesarios y se deben aplicar. Sin embargo, en un mundo más cálido y con más población… debemos concentrarnos en el papel de la naturaleza para sostener la vida humana, la importancia y el valor de las especies para las personas, ser económicos, médicos, culturales o lo que haga falta, si queremos ganar”.
A pesar del aumento de las llamadas a un frente más unificado, probablemente haga falta más tiempo –y quizás una nueva generación de conservacionistas− para forjar un nuevo camino hacia delante y para hacer una criba de qué funciona y qué no funciona.
Al final, los tradicionalistas tendrán que aceptar que el mundo ha cambiado, al igual que, en parte, la práctica de la conservación. Las ideas de la nueva conservación no se van a ir a ninguna parte. En mi opinión, esas ideas merecen discusión, pruebas continuas y ser escuchadas de forma justa, además de un escrutinio continuo. Al mismo tiempo, es difícil imaginar que la gran conservación vaya a cambiar si las frustraciones latentes y el descontento no se extienden públicamente. Muchos conservacionistas, muchas veces de forma comprensible, no quieren hablar en público de los supuestos fracasos de la conservación, pero hacerlo podría ser la única forma de conseguir un cambio importante en el sector.
Ser ecologista es duro, no hay duda. Hasta cuando los problemas ambientales se multiplican y empeoran (cambio climático, acidificación de los océanos, extinción), a veces parece que la sociedad no hace más que bostezar. Quizás sea producto del pesimismo. Quizás sea una reacción predeterminada en los humanos que se enfrentan a problemas enormes. O quizás sea por nuestra política y nuestros medios fracturados, impulsados por el dinero y no por el bienestar humano (ni ambiental).
Parrish me dijo que necesitamos una nueva historia en cuestión de ecologismo; una historia que no hable de una serie de crisis y que nos dé representación. Dijo que deberíamos trabajar para convencer a la gente de que somos “los protagonistas en el drama épico del futuro del planeta”.
Los humanos, más que ningún otro animal, son contadores de historias. Terry Pratchett, escritor de literatura fantástica fallecido, dijo que los científicos habrían acertado más si hubieran llamado a nuestra especie “el chimpancé que cuenta historias” –Pan narrans− en lugar de “el hombre sabio” –Homo sapiens.
Ciertamente, la sabiduría es un atributo escaso, y a menudo efímero, en nuestra especie. Las historias, por su parte, son interesantes, las historias son fascinantes, las historias pueden mover a la gente de verdad. Si podemos aplicar algo de sabiduría a nuestros cuentos, quizás podamos contar un final más feliz que este.
Citas
- Kareiva, P., Marvier, M. (2012). What is conservation science?. BioScience, 62(11): 962-969.
- Tallis, H., Lubchenco, J., et al. (2014). Working together: A call for inclusive conservation. Nature, 515(7525): 27-28.