Los indígenas tikuna se han propuesto cuidar sus bosques en una zona de Perú donde los cultivos ilícitos le han declarado la guerra a la conservación.Equipados con celulares, GPS y mapas se enfrentan a taladores y narcotraficantes, y estos responden amenazándolos de muerte. Estos hombres y mujeres, los olvidados de la frontera, ruegan que por una vez el Estado los escuche. (Este reportaje de Mongabay Latam es parte del Especial Tierra de Resistentes que puede ser visitado aquí) Cada vez que la erradicación de cultivos ilícitos llega a una comunidad indígena del lado peruano del Trapecio Amazónico, sus habitantes se sienten perdidos. Saben que lo que se viene es un infierno y que levantarse les tomará la vida. “Es como si estuvieran desbaratando una casa y se te viniera encima”, dice Artemio de la comunidad indígena de Nueva Galilea, desde el extremo oriental del departamento peruano de Loreto. Por el riesgo que enfrentan, pide omitir su apellido. La última vez que el Estado arrasó con los sembríos ilegales de hoja de coca en esa parte del país fue en el 2015. Ese año, Pablo García, indígena tikuna, líder dentro de su comunidad, eligió no dejarse llevar por la desesperanza y entender ese episodio, ese arrancar de raíz las plantas, como una metáfora. Esa escena para Pablo representó una sola cosa: un nuevo inicio. Quizá sea el único o uno de los pocos que se ha atrevido a ser un optimista en una de las fronteras más olvidadas del Perú. Y es que no solo ha decidido optar por una economía legal, sino que ha elegido, junto a tres de sus compañeros, convertirse en un guardián del bosque. Desde entonces, equipado con un celular con GPS y un mapa satelital, persigue las alertas de deforestación cada vez que aparecen en su pantalla. El problema es que ahora, desde el otro lado de la orilla, tiene que enfrentar a los taladores y narcotraficantes que invaden su territorio. Sabe que ya no está en juego solo su economía, sino también su vida.