- La destrucción del hábitat y los conflictos con los humanos están poniendo en riesgo a este félido, que ya se encuentra catalogado como Casi Amenazado por la UICN.
- Los métodos de cacería de retaliación que se suelen usar contra los margays son tan crueles, que a veces quedan mancos o cojos. Erradicarlos afecta el equilibrio de los ecosistemas, pues estos animales evitan que roedores y otros animales se conviertan en plagas.
- La Amazonía es el territorio que permitirá conservar al margay, sin embargo, el bioma podría perder hasta 23 millones de hectáreas para el 2025.
“Aquí hay personas que si encuentran 10 tigrillos, pues a los 10 los matan. Son muy dañinos, se comen las gallinas y por eso les tienen mucha rabia”, cuenta Jonatan Torres, campesino de la vereda El Edén, en el departamento de Guaviare, al norte de la Amazonía colombiana, y reconoce que hasta hace tres años él también lo hacía. Usa la palabra tigrillo para referirse al margay (Leopardus wiedii), al igual que a la oncilla (Leopardus tigrinus) y al ocelote (Leopardus pardalis), por el pelaje moteado y el parecido entre ellos.
El margay suele ser esquivo. Cuando se le llega a observar, dice Torres, es cuando aparece, cauteloso, para robarse algún ave de corral. En sólo un instante se define todo: o el margay logra huir o puede ser asesinado.
Aunque la cacería por retaliación o venganza es un problema, la destrucción de los bosques se ha convertido en la principal amenaza que enfrentan los margays —arborícolas por excelencia— y eso ha hecho que cada vez más estos animales se acerquen a asentamientos rurales.
La devastación del hábitat de esta y otras especies —debido al acaparamiento de tierras, la agricultura y la ganadería extensiva— hace que la frontera entre el mundo silvestre y humano sea cada vez más difusa. Sólo en Colombia, en 2022 fueron deforestadas 123 517 hectáreas de bosque, según cifras del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam).
“Si la calidad del bosque baja, les toca [a los margays] usar un rango de hábitat más grande para conseguir comida”, explica Esteban Payán, biólogo y líder del programa Grandes Felinos para América Latina de Wildlife Conservation Society (WCS).
Cuando estos animales —que pueden pesar entre dos y cinco kilos— se quedan sin hogar y sin presas para alimentarse, se ven obligados a buscar comida en otros lugares y es ahí cuando entran en conflicto con los humanos. “Por eso les tienen tanta rabia, me costó mucho entender que realmente ellos estaban primero y uno es el invasor”, reflexiona Torres, al analizar su relación con esta especie que se ve afectada no sólo por la pérdida de hábitat y la cacería por retaliación, sino por el mascotismo y hasta el tráfico de vida silvestre. Todo esto ha llevado a que el margay se encuentre catalogado como Casi Amenazado en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Este pequeño félido moteado, con dorso café de diversas tonalidades, se diferencia de los otros tigrillos por su larga cola, que puede medir más del 70 % de la longitud de la cabeza y cuerpo. Su largo total va de los 50 a los 72 centímetros. Se encuentra distribuido desde México hasta Uruguay y el norte de Argentina, sin embargo, tener presencia en gran parte del continente americano no significa que sus poblaciones sean grandes. De hecho, el margay es una especie poco común. La UICN afirma que no se espera que las áreas protegidas por fuera de la Amazonía conserven poblaciones viables en los próximos años.
Aunque la Amazonía es su principal bastión, las estimaciones —según una investigación de Payán para su tesis doctoral— sugieren que no es tan abundante en ese bioma. Además, la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG) calculó, en un escenario pesimista, que toda la región amazónica podría perder hasta 23,7 millones de hectáreas al 2025. “Si decimos que hay 1 000 animales en una foto, por ejemplo, mañana tal vez no podamos decir lo mismo”, comenta Payán.
Escucha el sonido del margay:
Margay: víctima de trampas y maltrato
A 6 000 kilómetros del departamento de Guaviare, en la región chiquitana de Bolivia, estos félidos también sufren la persecución cada vez que depredan algún animal de granja. Han sido vistos como ladrones habilidosos que descienden de los árboles para robar las gallinas. “Ese gato, el de la cola larga”, así suelen describir las comunidades rurales al “trapecista de los árboles”, el único félido latinoamericano que puede rotar sus talones 180 grados y bajar boca abajo de los troncos, como si fuera una ardilla.
Le han tenido odio, pero también miedo. El margay, de hábitos principalmente nocturnos y solitarios, ha sido definido como una “bestia” o el “hijo del tigre” y, por eso, han intentado ahuyentarlo o cazarlo de cualquier manera posible. Ese fue uno de los hallazgos de Paola Nogales-Ascarrunz, bióloga del Programa de Félidos de Bolivia, que estuvo en 20 comunidades de la Chiquitanía recolectando información sobre la percepción y los conflictos con los “gatos” pequeños, como parte del programa de investigación Small felids conservation in an endangered ecosystem, financiado por Conservation Leadership Program.
Esta persecución ha llevado a que, incluso, se utilicen crueles formas de cacería. Nogales comenta un caso en la ciudad boliviana de Roboré, en la Amazonía, en el que varias personas capturaron un margay que estaba en un árbol, lo amarraron de las cuatro patas, lo patearon, jugaron con su cola y lo estiraron con cuerdas. “Esto va más allá de matar al gato, es maltrato animal. (…) En los gatos chicos la gente no gasta una bala, porque la bala tiene un costo. Entonces, los métodos de retaliación son peores porque les tiran piedras y les ponen trampas. Me parece más sádico”, dice. Nogales se refiere a las trampas cepo, que suelen dejar a los animales malheridos y a veces mancos o cojos. “Quedar inválido le impide cazar, comer y competir”, comenta.
La persecución ha sido tan fuerte que erradicó a los félidos silvestres en una de las comunidades que Nogales visitó. Aunque tenían a salvo a sus aves de corral, el aumento de ratones y serpientes empezó a convertirse en el principal problema de esa población. “Al perder a los gatos afectas la cadena trófica y pierdes los mayores depredadores. Sin ellos, los ratones pueden convertirse en una plaga y transmitir enfermedades, lo que es potencialmente peor que un ataque a una gallina”, explica Nogales. En esto coincide Esteban Payán, que define al margay como el inspector de sanidad que mantiene saludables las poblaciones de roedores y otros animales.
Aunque todos los félidos pequeños comparten la alimentación de roedores, han desarrollado diferentes especializaciones para evitar la competencia directa. Mientras el margay se dedica, por ejemplo, a cazar ratas durante la noche —explica Payán—, el jaguarundi (Herpailurus yagouaroundi) se encarga de las ratas diurnas, la oncilla se especializa en las ratas de las zonas altas de las montañas y el ocelote se centra en las ratas de las zonas bajas y medias. “Cada uno se especializa para sobrevivir, pues la evolución dicta que dos especies con el mismo nicho no pueden ocupar el mismo espacio”, dice Payán.
Tráfico y mascotismo
Los ojos grandes respecto a su cara, su pelaje y tamaño —más cuando es un cachorro— lo pueden hacer ver como un tierno gato doméstico y algunas personas lo capturan para tenerlo como mascota. Sin embargo, no es posible encontrar datos oficiales sobre el mascotismo de margay en los diferentes países de Latinoamérica.
A principios de marzo de este año, en la vereda Tierra Alta, del municipio de El Retorno, en Guaviare, cerca de donde vive el campesino colombiano Jonatan Torres, la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Norte y el Oriente Amazónico (CDA) —autoridad ambiental regional— rescató a un margay que se encontraba dentro de una vivienda.
“Estaba en un tarrito y lo tenían amarrado”, narra Liliana Martínez, ingeniera forestal de la CDA que auxilió al animal, que —según la persona que lo tenía y que lo entregó voluntariamente— fue encontrado cuando salió de cacería y lo adoptó al verlo solo y abandonado. Cuando matan a una margay, su cría —porque usualmente tiene solo una, y máximo cinco en toda su vida— queda en la madriguera sola y desprotegida. Si es encontrada por los humanos, como en este caso, suele ser llevada a alguna casa para intentar domesticarla. Al menos unos 10 margays han sido rescatados por las autoridades ambientales regionales de Colombia entre 2013 y 2023. “Las personas no se dan cuenta del daño que hacen a la especie y a otros animales, pues se genera un desequilibrio”, manifiesta Martínez.
Paola Nogales, quien también es voluntaria en el refugio Senda Verde de Bolivia, cuenta que en el 2021 recibieron tres cachorros de margay, asustadizos y con traumas, a los que incluso tuvieron que enseñarles a comportarse como animales silvestres. “Creo que en total hemos llegado a albergar unos seis margays [desde 2019]. Esos son los que se decomisan, pero ¿cuántos habrá realmente como mascotas?”, se pregunta.
Tratar de domesticar a un félido silvestre es un desperdicio de tiempo, pues —recalca Nogales— nunca pierden su instinto salvaje: “No se comportará como esperan y te atacará cuando pueda”. Cuando las personas se dan cuenta que este carnívoro no es un gato doméstico, empieza el suplicio para el animal. Prueba de ello es un margay hembra que llegó a Senda Verde: sus uñas fueron arrancadas, le faltaba un ojo y también los colmillos. “¿Para qué tienen mascota si es para lastimarla así?”, se pregunta Nogales. Esa margay murió a los nueve días de panleukopenia, una enfermedad viral contagiada por animales domésticos. Su caso no es único, los otros margays llegaron con problemas intestinales a causa de la alimentación que les dan en las casas e incluso con afecciones en los pulmones. El problema es que, así sean decomisados después, reinsertar estas especies en su hábitat es prácticamente imposible.
Detrás del mascotismo del margay no hay un negocio de tráfico bien establecido como pasa con el jaguar y sus partes para los mercados asiáticos, tal como lo ha revelado Mongabay Latam en varias de sus investigaciones. Con el margay suele presentarse el tráfico por oportunidad, es decir, se captura a la cría cuando la encuentran sola en el bosque. Usualmente esto ocurre porque la madre sale a buscar comida o porque la han asesinado los cazadores que, por ejemplo, venden su piel en la cárcel de Mocoví de Trinidad en Bolivia, donde los reos la transforman en llaveros y billeteras que luego venden en el mercado campesino de esa misma ciudad, como pudo confirmar Nogales. Un artículo reciente publicado en la revista Oryx, de la Universidad de Cambridge, halló que en esta misma cárcel también utilizan las pieles de jaguar para elaborar objetos que venden como artesanías.
Una especie en peligro en México
Para la UICN, el margay es una especie que se encuentra Casi Amenazada en la región, pero en México la situación es muy diferente, pues allí se encuentra En Peligro de extinción. De acuerdo con el Programa de Acción para la Conservación de las Especies de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), se estima que las áreas de distribución de los pequeños félidos se han reducido considerablemente debido a la transformación del hábitat y a la caza excesiva en décadas anteriores.
El colectivo de periodistas Naguales —dedicado a documentar el tráfico de flora y fauna silvestre en México— ha construido bases de datos sobre este delito con información oficial. Entre su información destaca que, entre 2000 y 2015, la Procuraduría Federal para la Protección del Ambiente (Profepa) y la Fiscalía General decomisaron 376 ejemplares de tigrillos (sin especificar a cuáles especies se refieren exactamente) y algunos derivados como pieles. Una “cifra conservadora” que, para Enrique Alvarado, integrante del colectivo, no refleja la realidad: “La falta de recursos hace que haya menos funcionarios en campo para prevenir el tráfico. (…) Los animales son clasificados de forma incorrecta o se confunden con otras especies”.
Mongabay Latam consultó con la Profepa acerca de cuántos margays han sido decomisados y, en una respuesta oficial, la entidad aseguró que se han realizado cinco aseguramientos de esta especie desde 2019 a mayo de 2023 en Ciudad de México y los estados de Chiapas y Morelos.
Si bien el tráfico de estos animales es un asunto al que hay que prestar atención, Sasha Carvajal y Arturo Caso, biólogos y doctores en Ecología de Vida Silvestre, que han hecho varias de sus investigaciones con el margay, consideran que la principal amenaza a la que se enfrenta este félido es la destrucción del hábitat. En el caso de México, esta también podría estar avanzando por megaproyectos del gobierno como el ambicioso Tren Maya, que pretende mejorar la conectividad e impulsar el turismo en la Península de Yucatán; o como el programa Sembrando Vida, en el que el gobierno da recursos para que las comunidades planten árboles frutales, afectando en muchos casos la vegetación nativa, explican los especialistas.
Las investigaciones de Carvajal y Caso, que han buscado obtener información sobre la ecología de la especie, se concentraron principalmente en la Reserva de la Biósfera El Cielo, en el estado de Tamaulipas, fronterizo con Estados Unidos, donde se encuentra el límite noreste de distribución del margay y donde se confirmó una gran abundancia de esta especie. Para los investigadores, esto se debe, quizás, a la ausencia de ocelote (Leopardus Pardalis), pues donde hay ocelote, los félidos más pequeños son poco frecuentes. Tanto así que en el libro Biología y Conservación de Félidos Silvestres, publicado en el 2010 por la Universidad de Oxford, hay un capítulo dedicado al efecto ocelote: los científicos estiman que las densidades de tigrillos (no solo margay) pueden ser muy inferiores a cinco por cada 100 kilómetros cuadrados si el ocelote también está presente.
“El margay es un animal que se ve afectado por la destrucción del hábitat por cuestiones del humano, pero también por cuestiones naturales, por la presencia de otros depredadores”, explica Caso. Se cree que este félido habita en selvas de tierras bajas por debajo de los 1 500 metros sobre el nivel del mar (msnm), no obstante también ha aparecido en mayores altitudes, como en México, donde fue visto en el bosque mesófilo de montaña de Morelos, a 2 750 msnm. En ese país, dice la investigadora Sasha Carvajal, su hábitat está más restringido a los bosques de niebla o de montaña, que tienen la cobertura vegetal más arborizada. “Es la especie que más se ha adaptado”, recalca Carvajal.
Los estudios que hay sobre esta especie —y en general sobre todos los félidos pequeños— son pocos, pues no tienen la misma atención que concentran el puma y el jaguar, sus parientes más grandes: “La verdad es que no hay suficiente información por falta de fondos, no es por falta de interés”, dice Carvajal, y resalta que es “normal” que a los gatos pequeños se les deje por fuera de las investigaciones. Antes de su trabajo sólo había tres estudios previos sobre la ecología del margay. Esto también hace que sea más complejo el desarrollo de estrategias para su conservación.
Protectores del gato acróbata
En Argentina, en la provincia de Misiones, un docente en Ingeniería Electrónica convirtió la parcela de su padre en una reserva forestal desde el 2021. En una zona en la que no se esperaría tener gran biodiversidad, debido a la fuerte deforestación, Sergio Moya ha registrado una gran variedad de animales, entre los que se encuentran el tirica (Leopardus guttulus) y el margay, que en ese país está catalogado en estado Vulnerable de acuerdo con la UICN.
Se trata de un territorio de 14 hectáreas que ha sobrevivido a la deforestación que sufrió años atrás cuando los dueños anteriores, cuenta Moya, quisieron sembrar pinos, extraer madera e introducir vacas. Tiempo después, entre 2019 y 2020, un incendio causado por la sequía que azotaba a gran parte de Sudamérica devastó parte del bosque. Unas dos hectáreas se quemaron y Moya, que ya extrañaba su vida en el campo —pues vivió unos años en Buenos Aires y luego en Oberá (Misiones)—, decidió construir una cabaña y vivir en la parcela.
Moya instaló una cámara trampa para confirmar si existía biodiversidad en su finca, pues esta chacra, como la llama, se encuentra desconectada de las grandes hectáreas de bosque del cercano Parque Nacional Iguazú. De acuerdo con una investigación sobre la pérdida de bosque nativo publicada en 2020, la región de Iguazú es una de las más afectadas por la deforestación en Misiones. El uso de teledetección permitió a los científicos confirmar que entre 1985 y 2018 este territorio perdió 41 088 hectáreas de bosque. Por eso, y porque la reserva está muy cerca de la ciudad, Moya, un fanático de la vida silvestre, sabía que era posible que no existieran demasiadas especies en su parcela. Sin embargo, una paca (Cuniculus) y un margay fueron los primeros animales que quedaron grabados por las cámaras trampa.
Ante la sorpresa, decidió publicar los videos en redes sociales para generar conciencia sobre el cuidado de las especies y, poco a poco, fue conformando una comunidad que lo ha apoyado con donaciones para instalar más cámaras. Ahora tiene tres y sabe, gracias a los registros, que hay mínimo dos margay que pasean constantemente por la zona. “Son especies muy solitarias, a diferencia del tirica, que siempre lo he visto en pareja. El margay es muy pacífico. De hecho, en un video aparece frente a la cámara, saltando y olfateando, parece un cachorro. Tiene mucha comida en la reserva. Lo más llamativo es que lo he captado de día y en el piso, muy tranquilo, creo que es por la ausencia de ocelote”, asegura.
Moya convenció a sus vecinos para crear corredores verdes entre las diferentes parcelas y así lograron aportar unas 20 hectáreas para dedicarlas a la conservación. La única gran preocupación que tiene frente a los félidos que habitan en su reserva es la presencia de los perros de los cazadores, a los que ha visto merodeando exactamente por el mismo lugar en donde han sido captados los margay y los tirica.
“Las personas piensan que porque viven en el campo pueden tener los perros libres y no. Entran a la selva y causan daños enormes”. Lo dice no sólo porque los espantan o puedan atacarlos, sino porque los animales domésticos pueden transmitir enfermedades a las especies silvestres, una situación que se presenta en la reserva de Moya y en áreas protegidas de la región, pues —en esto coinciden las biólogas Sasha Carvajal y Paola Nogales— la mayoría fueron creadas con personas que ya estaban dentro y que usualmente tienen mascotas.
Moya asegura que seguirá trabajando por proteger al margay, que encuentra en la provincia de Misiones el límite sur de su distribución; mientras que en México, en el límite norte, Sasha Carvajal y Arturo Caso —que también son fundadores de la asociación civil Predator Conservation—, pretenden seguir con investigaciones que aportarán información útil para la conservación de los félidos latinoamericanos.
Jonatan Torres y la bióloga Paola Nogales, en Colombia y Bolivia, también tienen la misma intención.
Después de ver una escasez de varias especies de su territorio, como la lapa (Cuniculus paca), que usan para consumo, Torres pasó de ser un cazador a un conservacionista que vela por la protección de la biodiversidad. Actualmente es el representante legal de la Asociación de Flora y Fauna del Guaviare (Asoflofagu), que busca la conservación de la vida silvestre y las fuentes hídricas de ese departamento amazónico colombiano. Ahora está promocionando el “No a la cacería” y el uso de cercas eléctricas antidepredatorias domésticas, para que las gallinas y otros animales de los campesinos puedan estar protegidas y evitar conflictos con el margay y otros pequeños félidos.
Paola Nogales, como parte del Programa de Investigación de Félidos de Bolivia, ha ido a varias comunidades de la Chiquitanía a realizar talleres para enseñarles sobre estos animales, la importancia de estas especies en el ecosistema y cómo mitigar los conflictos. Los talleres han sido tan bien recibidos que ahora los está realizando con niños, quienes —ojalá— serán los próximos guardianes del margay y de los demás gatos silvestres que habitan en el territorio.
Imagen destacada: Margay subadulto en Valle del Bravo, México. Crédito de foto: Arturo Caso – Predator Conservation.