Ahora Asmucotar está en la segunda licencia. Han trabajado de la mano con el Sinchi, que siempre hace monitoreo para analizar la dinámica de las poblaciones de plantas y además han apoyado a Asmucotar para presentarse en proyectos de cofinanciación y obtener recursos para conseguir los equipos necesarios para poder transformar los frutos. Cindy y Trinidad cuentan que actualmente tienen un cuarto frío, dos despulpadoras, dos empacadoras, un horno deshidratador, una planta eléctrica, una estufa industrial, una olla de tamaño industrial —conocida como marmita— y una recién estrenada planta potabilizadora de agua.

La cadena de valor del camu camu en Tarapacá tiene un primer eslabón que son los hombres y mujeres recolectores de las comunidades indígenas de Puerto Huila y Puerto Nuevo, quienes, detalla Hernández, “disponen la fruta para su beneficio y transformación por parte de Asmucotar”. Son ellos los encargados de recolectar los frutos y llevarlos al centro de acopio, donde las mujeres los transforman. María Soledad Hernández explica que utilizar la pulpa de camu camu fue una gran oportunidad, especialmente porque el régimen de congelación hace que el producto no varíe en sus propiedades funcionales y nutricionales.

“Lo que dejamos instalado fue un espacio de manejo del producto para tener una buena calidad de pulpa y una unidad de transformación en donde ellas mismas tienen la capacidad de producirla y mantenerla en congelación”, expresa Hernández.

Estas mujeres aprendieron rápido y ahora producen la pulpa para vender, pero la cantidad —aclara Trinidad— depende de los pedidos: “Hemos llegado a sacar mínimo cuatro toneladas, pero también hasta 14 toneladas al año”. Tienen clientes en Leticia y en Bogotá, pero no es tan fácil hacer la distribución, pues transportar las pulpas a otros lugares del país es sumamente caro, lo que aumenta considerablemente los costos de logística y distribución. “Son 30 minutos en vuelo de Tarapacá a Leticia, y hasta cinco días si se transporta en barco”, explica Cindy Gómez.

Cindy Gómez, de 34 años, estudió tecnología en alimentos en Leticia. Gracias a su profesión ingresó a trabajar con el Sinchi. Foto: Asociación de Mujeres Comunitarias de Tarapacá.

Pero no dependen sólo del transporte, también del cambio climático. Estas mujeres emprendedoras han constatado que algo ocurre con el clima, pues se han llegado a cambiar los tiempos de cosecha. “A veces se retrasa o se adelanta”, comenta Cindy. Y Trinidad agrega que hubo un año en el que la tierra se secó tanto que “las plantas abortaron el fruto”, así que la producción fue muy poca, casi ninguna.

La época de cosecha del camu camu coincide con el ascenso de las aguas de los ríos. Diana Guerrero explica que han visto dos tipos de afectaciones. Por un lado, dice la investigadora, “hay momentos en donde el río asciende tan rápido que tapa el camu camu y no se puede hacer recolección”, pero también “en época de verano se secan completamente [los lagos] y la tierra se cuartea, lo que afecta a la planta porque aparecen los procesos fisiológicos de estrés. Eso hace que los individuos no saquen flor”.

Transformando los frutos

En Asmucotar tienen claro que podrían obtener mayor rentabilidad si hacen productos con el camu camu, así que, por eso, están trabajando en la elaboración de mermeladas, que están llevando a laboratorios para hacer los respectivos estudios microbiológicos y poder obtener el permiso del Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima) para su producción y comercialización. Ya han llevado mermeladas a diferentes ferias y han sido exitosas.

Por otra parte, Hernández explica que, con este fruto, el Sinchi hizo un desarrollo tecnológico innovador que permitió empezar una línea de deshidratación del camu camu (secado por aspersión). Ese producto es, según ella, aún más estable que la pulpa y con uno de los clientes, llamado Salud por Nuestra Tierra, dieron origen a un producto comercial que tiene espacio en restaurantes de Bogotá: un agua saborizada llamada Waira.

Aunque el deshidratado es una revolución en el uso de este fruto silvestre, las mujeres de Asmucotar quieren crear productos y no vender sólo la pulpa. El objetivo es hacer con el camu camu lo mismo que han hecho con otros frutos como el copoazú, que es parecido al cacao y del que generan un chocolate de mesa —también llamado Copolate—, galletas, tortas, chocolatinas y hasta un licor. El sabajón, como le llaman al licor a base de cacao amazónico, fue creado por Cicerón Polanía, un hermano de Trinidad, quien un día vio en los “desperdicios” del copoazú una oportunidad. Aunque muchas de las semillas que resultaban del despulpado las llevaban al vivero y las sembraban, otras tantas eran arrojadas a la basura. Él decidió ponerlas a secar y hacer un experimento. Recibió apoyo del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) y logró crear una bebida única, que incluso ganó el primer lugar en una feria regional que hizo la misma institución.

En la recolección del camu camu, en medio de los ríos y lagos, participa toda la comunidad. Foto: Asociación de Mujeres Comunitarias de Tarapacá.

Otro hermano de Trinidad, llamado Abraham Polanía, tecnólogo forestal que al principio era contratista del Sinchi, es el único hombre que ha sido aceptado como miembro en esta asociación de mujeres y está encargado del trabajo de campo, del plan de manejo y de asesorar en comercialización y elaboración de proyectos. Se dejó cautivar, al igual que Trinidad, por el aprovechamiento de estos frutos y la conservación del bosque.

“Nosotros tratamos de mitigar todos los posibles impactos”, explica Abraham Polanía, y cuenta que, en el caso del camu camu, las semillas que quedan son devueltas a los lagos o se siembran en algunas de las chagras que tienen áreas inundadas. Se siente afortunado de trabajar con estas mujeres que, unidas, pasaron de vender empanadas a producir toneladas de frutos silvestres. Cuenta que con la Asociación incluso han trabajado en la recuperación del conocimiento ancestral. “Hemos aprendido hasta del uso de muchas plantas medicinales”, destaca.

El cambio climático ha alterado los ciclos de cosecha del camu camu. Antes, había fechas fijas al final y comienzo de año. Ahora, puede llegar en cualquier momento. Foto: Asociación de Mujeres Comunitarias de Tarapacá.

La Asociación de Mujeres Comunitarias de Tarapacá se ha convertido en una historia de resiliencia y adaptación que refleja la capacidad de los pueblos indígenas para integrar sus tradiciones a la innovación. El trabajo que han hecho con el camu camu ha sido tan ejemplar que Corpoamazonía fue mejorando la normativa, pues con la resolución 1243 de 2018 (que derogó la de 2010), reglamentó nuevamente el aprovechamiento sostenible de productos forestales no maderables en su jurisdicción, pero esta vez especificó pautas para los diseños estadísticos que evalúan las muestras de las especies vegetales —en este caso el camu camu—, pues antes se debía censar el 100 % de las poblaciones, lo que hacía que los estudios fueran más dispendiosos y se elevaban los costos.

Asmucotar, bajo el liderazgo de Trinidad, continuará trabajando por sacar adelante el legado de las mujeres amazónicas. Y Cindy seguirá empoderando a todas aquellas que quieren sacar el máximo potencial a las frutas de la región, ya no sólo desde la asociación, sino también desde el Instituto Sinchi, donde apoya a otras agrupaciones de mujeres emprendedoras.

Las mujeres de Asmucotar en la selva, junto con algunos hombres de sus comunidades, recolectan los frutos del camu camu de forma tradicional. Foto: Asociación de Mujeres Comunitarias de Tarapacá.

* Imagen principal: La transformación de la pulpa del camu camu en productos como mermeladas o sabajones, les ha creado una oportunidad de negocio a las mujeres de la Asomucotar. Foto Sinchi.

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*Nota del editor: Esta cobertura periodística forma parte del proyecto «Derechos de la Amazonía en la mira: protección de los pueblos y los bosques», una serie de artículos de investigación sobre la situación de la deforestación y de los delitos ambientales en Colombia financiada por la Iniciativa Internacional de Clima y Bosque de Noruega. Las decisiones editoriales se toman de manera independiente y no sobre la base del apoyo de los donantes.

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Artículo publicado por Dora Montero
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